Carta desde Tokio

Ishigami se ha dedicado a crear arquitectura que abraza todas las formas de vida, que puede salvarnos del “zoológico humano”, que tranquilice y nos aleje de los excesos actuales.

 

Carolina Daza
Por Carolina Daza

 

Te escribo desde Roppongi. Llegué a casa luego de visitar el estudio de Junya Ishigami y debo desahogarme.

Conocí por primera vez a Ishigami con su propuesta de Liberar la arquitectura y desde entonces he seguido su trabajo con una fascinación extraña. Te preguntarás, ¿cómo así que liberar la arquitectura? Así es: liberarla para liberarnos nosotros también. ¡Qué ilusión!
De esto se trata su apuesta. Crear arquitectura como metáforas de la naturaleza; ligeras como las nubes, vastas como el cielo y densas como los árboles en un bosque. No usa la lógica con la que estoy acostumbrada a diseñar, ni tampoco sigue la teoría espacial que me enseñaron en la universidad, y mucho menos la estructura de las construcciones que conozco.

Desde hace tiempo, muchos arquitectos se han acercado a la naturaleza tratando de desenfocar el interior y el exterior, pero Ishigami nos hace confundir la ilusión con la realidad. Lleva más de una década creando una nueva naturaleza: diseñando construcciones mixtas y extrañas, como fenómenos naturales.

Sé que todo esto suena complejo, pero por ahora te pido que cierres los ojos e imagines una ciudad sin edificios ni casas, sin oficinas ni centros comerciales, bórralo todo; borra cualquier idea preconcebida que tengas de formas, de los espacios que habitamos.

¿Cómo imaginarías tu ciudad desde cero?

Aquí en Tokio seguimos pensando que necesitamos construcciones majestuosas. Los espacios en donde vivo y trabajo invitan al encierro, a la soledad, y al aburrimiento. Hoy, los edificios que me rodean pretenden descrestarme con una grandeza que me hace sentir miserable. Todos son bloques enormes de cemento, o vidrieras que parecen superar la altura del cielo, llenas de dimensiones desproporcionadas y bruscas. ¿Has visto este tipo de construcciones absurdas?

Ishigami se ha dedicado a crear todo lo opuesto. Diseños casi invisibles para nuestros sentidos. Arquitectura que abraza todas las formas de vida, el horizonte, el aire, el sol, y el agua. Toda la sutileza de lo elemental. Siento que la arquitectura de Ishigami puede salvarnos del “zoológico humano”, proponiendo una arquitectura que tranquilice y nos aleje de los excesos actuales.

Aunque para ti sea muy lejano, nuestra esencia japonesa sigue el legado filosófico-religioso sintoísta y budista. Un sintoísmo que venera la naturaleza y sus procesos, complementado con un budismo que profundiza en lo efímero y en el vacío. “Para mí, como persona japonesa, los elementos naturales también son siempre artificiales”, dice Ishigami. Y a eso se dedica, a crear su propia versión de la naturaleza.

A sus 44 años, Ishigami ya ha ganado el León de Oro en la Bienal de Arquitectura de Venecia, es profesor de Harvard y Cambridge, y en junio de 2019 estará construyendo el Pabellón en la Galería Serpentine en los Jardines de Kensington en Londres. Esto lo convierte en un actor clave en las visiones futuras de la arquitectura. Te referencio también a otros arquitectos japoneses como Toyo Ito, Kazuyo Sejima o Ryue Nishizawa.

Y sobre la pregunta de la sostenibilidad, él responde: “todo está en constante transformación y nosotros nos hemos dedicado a tratar de cambiar las situaciones antes de que cambien”. Te confieso que me trasnocha la idea de reinventar nuestras ciudades, en vez de escapar de ellas. Estas son seres vivos resistiendo y transformándose.

Curiosamente, nuestra sostenibilidad depende de reinventar esos espacios y la forma de co-habitarlos.

“Bueno Carolina, ¿y cómo es Medellín? No la conozco, pero espero visitarte pronto, aunque he leído que el aire está muy contaminado…”.

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