Hola, te escribo desde Medellín donde hace unos días concluyó la séptima edición de Sense, un proyecto efímero e itinerante que abre únicamente un mes al año.
Mi diario de viaje aún está lleno de recortes y mantiene el olor de las hojas secas del ginkgo biloba que recogí en el Parque Ueno de Tokio. Hoy recuerdo el metro impecable: era un jueves de invierno y nos bajamos en la estación Waseda para llegar al barrio de Shinjuku.
Pasamos al lado de la Casa Museo del escritor Natsume Soseki y a unos metros se veía el edificio blanco poco pretensioso; era el museo privado de Yayoi Kusama. Autofinanciado, Kusama lo ubicó a dos pasos de su estudio y del hospital psiquiátrico donde vive – voluntariamente – desde hace 40 años. El estudio de arquitectura de Kume Sekkei fue el elegido para diseñarlo, inspirado en el movimiento arquitectónico Metabolista, que percibía la ciudad como un organismo vivo.
En el museo habita Mi alma eterna, la obra en la que trabaja desde 2009 y en la que suman 500 lienzos pintados por ella. El acceso al museo es de jueves a domingo con cita previa; máximo 50 visitantes y 90 minutos para visitar los cinco pisos.
En el tercer piso está el Cuarto del espejo infinito, un hipnótico juego visual donde aparecen y desaparecen sus adoradas calabazas.
El arte la mantiene a flote
Kusama nació en 1929. Empezó a pintar a los diez años, siempre rechazando las artes japonesas. En 1958 decidió huir, atravesó el Pacífico, hasta llegar a Seattle, en Estados Unidos, en busca de la artista Georgia O’Keefe, para luego dar el salto a la Gran Manzana y vivir allí 15 años.
La obra de Kusama atrae a millones. Es venerada por niños y adultos, tanto en Oriente como en Occidente. Se ha mantenido a la vanguardia de los movimientos artísticos más importantes del siglo XX y XXI. Tú que tanto has estudiado la historia, ¿por qué crees que será tanta la afición a su creación?
En Japón recorrimos su vida y obra, cartografiando su ciudad natal en los alpes japoneses, la vida en Tokio y las dos calabazas gigantes expuestas en la isla de arte Naoshima. Todo su imaginario cobró vida y su resiliencia marca un hito: ante varios intentos de suicidio, el arte siempre la ha mantenido a flote.
Creatividad en detonación
La colectividad y la resiliencia del lejano Japón fueron el eje de Sense VII, cuya séptima edición en las instalaciones de Selina Medellín cerró el lunes 30. La vida de Yayoi Kusama hecha obra detonó la creatividad de los más de cincuenta co-creadores que aportaron su talento.
Al regresar de Japón escogimos a la artista local que reinterpretaría a Kusama. María Toro @mariapalitoss, artista visual e ilustradora de Medellín, fue la invitada para exponer todo el mes. Su creación nos llevó a ese inframundo en donde lo real y lo imaginario se confunden.
El arte de María Toro es un espejo para explorar el enigma de nuestra propia sombra. Mirarnos para explorar los cambios que necesitamos emprender. En Sense la co-creación siempre ha sido el más acertado recurso para encontrarnos. Su matriz es la transdisciplinariedad y la sostenibilidad es el corazón con el que observamos el Antropoceno al detalle.
Y cuéntame de ti, ¿te enteraste de que la FIAC le dio Carta Blanca a Yayoi Kusama para vestir la Plaza Vendôme en París? Esto me hizo recordar el Impuesto de obra de arte que tuvo vigencia en Medellín hasta 1994. Imagínate, esto obligaba a los constructores destinar el 70% del impuesto que se obtenía sobre sus edificaciones para el arte.