Hola, te escribo desde Tierra del Fuego en La Patagonia argentina. Hasta acá llegamos para encontrarnos con los pingüinos papúas y magallánicos. Aunque muchos los asociamos con el hielo, los pingüinos viven únicamente en el hemisferio sur, en colonias en Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda y en este continente, desde las costas de las Islas Galápagos hasta la Antártida.
Son aves marinas que, aunque no pueden volar, nadan en el agua con la agilidad de los delfines, y se consideran de las aves más especializadas por su capacidad de colonizar algunos de los ambientes más extremos del planeta.
Nuestra expedición comenzó desde Ushuaia atravesando un bosque fueguino hasta llegar a la Estancia Harberton. Desde allí tomamos un zodiac pequeño, que nos llevó hasta la Isla Martillo; una isla en pleno Canal Beagle con una de las colonias de nidificación de pingüinos más próspera que existe.
Descendimos con todo el respeto, como cuando alguien llega a casa ajena sin saber si será bien recibido. En silencio observábamos a las madres con sus pichones, contemplándonos sin hacer mayor movimiento, mientras cientos de pingüinos jugaban en el agua como en un ballet acuático. Atrás, un paisaje de glaciares queriéndonos congelar.
Nuestra hija Ágata, de 3 años, estuvo en éxtasis durante toda la visita. Sin embargo, es posible que muchas de las generaciones que siguen no podrán conocer los pingüinos. Aunque poseen una gran capacidad de resiliencia, hay muy pocos lugares aptos para ellos, y estos hábitats cada vez son más amenazados por la pesca ilegal y la contaminación de sus aguas por plásticos y combustibles fósiles.
Durante toda nuestra estadía en Ushuaia, nos alojamos en el proyecto Bosque Yotana, liderado por la artista fueguina Mónica Alvarado, dedicada a resguardar la tierra y dinamizar la escena artística ancestral. De familia mapuche (mapu= tierra, che=gente) -el pueblo indígena más numeroso del sur del continente-, Mónica es una de las únicas fueguinas nativas que aún vive en Ushuaia.
En su momento, poblar Ushuaia fue un gran reto. Una de las estrategias fue introducir castores desde Canadá en los años 40, prometiendo progreso con el desarrollo de la industria peletera. La industria nunca se desarrolló, y poco a poco los castores se convirtieron en una plaga sin depredador, que aún sigue amenazando los bosques patagónicos.
Lo preocupante no solo es la desaparición de los bosques nativos capaces de almacenar CO2, sino también la modificación del paisaje y la alteración de ecosistemas, que crea las condiciones para atraer otras especies invasoras. Un típico ejemplo de desastre antropocéntrico, que al parecer está lejos de poderse resolver.
Los humanos y nuestro afán de producir y extraer ilimitadamente de la naturaleza nos están devolviendo con el mismo afán amenazas a nuestra habitalidad en el planeta. Muchos piensan que en la ciudad estamos a salvo y desconectados de La Patagonia o del Río Medellín, pero la realidad es que estamos tan conectados con estos ecosistemas lejanos, como lo estamos con nuestra madre.