Te escribo desde el golfo de Tribugá. Llegamos con todo el equipo de rodaje, botánicos y artistas. Estaremos dos semanas documentando este paraíso prístino.
El esfuerzo se siente magno, pero aquí estamos firmes para seguir. Nos guía un grupo de indígenas nativos del pueblo Emberá con los que hemos forjado desde hace años una relación de confianza.
Lo que vemos aquí posiblemente sea único en el planeta. En un mismo cerro tenemos dos ecosistemas distintos: en las zonas bajas hay un bosque tropical húmedo y unos metros más arriba –en la cima– se exhibe reluciente un bosque andino. La magia es mayor porque todo esto se encuentra frente al océano Pacífico.
A estas aguas llega la gran migración de sardinas que atrae a imponentes ballenas, tiburones, delfines y tortugas. El puerto interrumpiría su paso.
Me asusta ver esta amenaza tan cerca y me estremece esa manera como los humanos nos seguimos desapegando emocional e intelectualmente de la naturaleza, distorsionado nuestro modo de percibir y experimentar el mundo.
Aunque todo esto suene tan irracional no pierdo las esperanzas. Te cuento que el debate a nivel nacional está muy intenso y se siguen sumando ciudadanos conscientes del daño irreparable que genera ese “progreso”: el destructivo y cortoplacista.
¿Ya has escuchado de los Hope Spots de Mission Blue, el proyecto de Sylvia Earle? Tienen como meta proteger el 30% de los océanos para el año 2030, y ya nominamos a nuestro Golfo de Tribugá. ¿Podrá este llamado internacional sumar al esfuerzo?