Algo mágico parece conectar al cerebro con la planta de los pies para permitirnos ser un poco más sabios o por lo menos coherentes, gracias a la rutina del caminar. El ir a pie nos empareja, nos hace iguales y restituye el goce de lo simple y lo sencillo; además, diluye las diferencias materiales, ideológicas, raciales, culturales, como una especie de premonición acerca de un soñado mundo igualitario . Hay mucha espiritualidad entonces en el acto de caminar, sea por la potencia del silencio o por el sentido y utilidad de la conversación franca y natural con otros caminantes.
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Es por eso es que la experiencia de repetir la Marcha a Caicedo para conmemorar los 20 años de la muerte del gobernador Guillermo Gaviria, su asesor de paz, Gilberto Echeverri, y los militares que los acompañaban es algo más que un simple capricho con bulla mediática, como lo podrían señalar algunos. Durante estos días personas como yo caminaremos un poco dentro de la marcha, por nuestra salud maltrecha, a pesar de la honda convicción; y otros, valerosos y sanos, caminarán los cinco días completos. El mensaje es directo y contundente para insistir y resistir acerca del necesario y auténtico perdón, que hace nuestras vidas más dignas, solidarias y comprometidas con la paz.
Muchos podrán opinar que caminar es una solemne pérdida de tiempo en un mundo repleto de vértigo, eficiencia y economía. El regalo viene por dentro porque nos enseña de humildad para hacerle frente al peligroso ego que nos persigue y estorba con su ruido para alimentar la arrogante seguridad en lo propio y temor y desconfianza en lo diferente. Esa mirada cerrada a nuestro propio ombligo es fuente de muchos fundamentalísimos y maltratos naturalizados en nuestras maneras de vivir y relacionarnos.
Mientras caminamos se mejora la mirada interior, porque nos serena, nos apacigua, le baja el tono a las rabias, a los resentimientos, a los dolores. Sin ninguna duda, entonces, andar a pie pacifica. En ese estado de sosegamiento se logran contemplar, analizar e interpretar las distintas facetas de la realidad con mayor claridad. Es necesario cuidarse de tener en cuenta la multiplicidad de alternativas surgidas de la también variable gama de emociones, expectativas, necesidades, razones y motivos. Es lo que se conoce como la unidad de la razón en la multiplicidad de las voces. Si nos adiestramos en las artes del caminar y del conversar, donde la escucha es clave, se pueden tomar decisiones más valiosas y significativas y descifrar mejor las relaciones y conexiones.
Lo que parece ocio solo para desocupados -desplazarse a pie- mejora el riesgo y el atrevimiento, potencializa la capacidad creadora, abre las posibilidades de resolución de conflictos, alienta la seguridad y la confianza. Es muy buen negocio entonces invertir tiempo, esfuerzo y paciencia en caminar. Por lo anterior es que grandes mentes de todos los tiempos fueron apasionados caminantes, desde Aristóteles, Platón, Sócrates, Kant, pasando por Nietzsche, Le Bretón, Deleuze, Thoreau, Walter Benjamin, Gandhi.
Los pies son entonces una especie de tercer ojo, pura sabiduría intuitiva. El caminar hace más digna y reflexiva la existencia porque nos permite toda suerte de itinerancias espirituales. Es una forma activa de meditación, un buen método para reconocernos. Nos sirve para recuperar el aliento, para agudizar los sentidos, para renovar la curiosidad. Con toda la razón Fernando González decía que “cada individuo tiene su ritmo para caminar, para trabajar y para amar”, y agregaba que, al caminar, se van abriendo miradores y salidas al mundo, para no quedarnos encerrados en el propio yo.
El espectro de motivaciones alrededor del andar es muy amplio y se mueve desde la sencilla melancolía por una tusa hasta la potente movilización de la rebeldía cívica. Vale la pena recordar, entonces, para mencionar solo algunos casos, la manifestación de no cooperación con impuestos de la Marcha de la Sal, de Gandhi, en la India, en 1930; la Cadena Báltica de 1989 para protestar contra la dominación soviética; la Marcha a Caicedo, de 2002, para frenar el acoso de actores armados, con el doloroso precio de la muerte, en 2003, de nuestro Gobernador, su Asesor de Paz y los militares que los acompañaban.
…Ojalá pudiéramos echarnos a andar descalzos para mantenernos bien anclados a la tierra, más despiertos y atentos, con plena conciencia y respeto con todo lo que nos rodea.