Al calor de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, Gabriel García Márquez propuso que se cambiara el Himno Nacional. Más allá de que se trate de un poema bueno o malo de Rafael Núñez, con música, buena o mala, del italiano Oreste Sindici, y que la propuesta de cambio viniera de todo un Premio Nobel de Literatura, la mayoría de los colombianos consideraron que “el himno no se toca”. Aunque hace muchos años nos enseñaban que era el tercer himno nacional más bello del mundo (después de La Marsellesa y del mexicano) y aunque en los Juegos Olímpicos de Londres se dijo que era el más feo de todos los de los países en competencia, “el himno es el himno” y nos identifica.
Por: Carlos Arturo Fernández
Por eso, me parece tan impactante una historia oída en septiembre de 2018 en Poreč, en el condado de Istria, en Croacia. Es la historia de un hombre nacido en 1910 y fallecido en 2002 quien, a lo largo de su vida cambió cinco o seis veces de himno nacional, a pesar de que vivió toda su existencia y murió en la misma ciudad, en la misma calle y en la misma casa donde llegó al mundo… Podría ser la historia de muchos; pero es, en efecto, la de un hombre concreto y real de la ciudad de Poreč. En efecto, este hombre nació en el contexto del Imperio Austrohúngaro, que marcó uno de los hitos más altos de la cultura europea, entendida como la síntesis de todos los valores de la humanidad; el Imperio se proclamaba entonces como indivisible e inseparable y cantaba en su himno que “Dios salve al Emperador Francisco”.
Sin embargo, la Primera Guerra Mundial condujo a la desaparición abrupta del Imperio más culto de la historia. Italia, uno de los vencedores de la Gran Guerra, recibió una serie de territorios que antes estaban bajo el poder austrohúngaro y así, una parte importante del actual oriente italiano, la zona de la ciudad de Trieste, la península de Istria y algunas partes de la costa de Dalmacia, entraron a formar parte del Reino de Italia, que ejerció una profunda influencia en todo el Adriático. Se invocaban entonces razones históricas, representadas sobre todo por las actividades de la antigua República de Venecia en la costa oriental adriática. De hecho se vive una época de profunda compenetración cultural, con la presencia de muchos italianos que se trasladan a la que fuera también patria de sus antepasados. Entre las dos guerras mundiales, aproximadamente la mitad de los habitantes de Istria eran italianos o italoparlantes que, todavía hoy, constituyen la minoría más numerosa de la región, quizá el 30% de la población total. En realidad no se trataba de una invasión sino del establecimiento de naciones que, como Italia y Croacia, estaban en proceso de definición territorial.
De todas maneras, nuestro hombre de Istria se convirtió en ciudadano italiano e incluso debió cambiar su nombre y apellido por equivalentes latinos; y, por supuesto, tuvo un nuevo himno, la “Marcha Real” italiana que no tenía una letra oficial, pero que con frecuencia se cantaba entonando sucesivos vivas al rey: “¡Viva el rey! ¡Viva el rey! ¡Viva el rey, las trompetas felices suenan!”
Al mismo tiempo que Istria pasaba a Italia, surgía el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, más tarde titulado Reino de Yugoslavia, que buscaba la propia identidad en la diferencia frente a lo demás: “Una nación, un rey, un país” era su lema, mientras que el himno mezclaba un texto donde se pedía a Dios que defendiera a los pueblos serbios y una canción croata que cantaba el amor por el país. Pero el fascismo quería mucho más y Mussolini impuso su fuerza imperialista en la región hasta el punto de que Víctor Manuel III se proclamó rey de Albania entre 1939 y 1943.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el Reino de Yugoslavia fue invadido por alemanes e italianos. Y aunque Istria siguió formando parte de Italia hasta 1947, en el curso de la guerra la presencia de los intereses alemanes se hizo dominante, a través del Estado Independiente de Croacia, un estado títere del régimen nazi en el cual predominaron las ideas nacionalistas y fascistas.
Tras el armisticio con los aliados, en 1943, Italia, y por tanto Istria, que formaba parte de aquella, con la intención de borrar la “Marcha Real”, irremediablemente ligada con la historia del fascismo, adoptaron como himno nacional provisional la llamada “Canción del Piave”, un viejo canto de carácter militar que celebraba la victoria italiana en la Primera Guerra Mundial, que nuestro amigo de Poreč debió aprender. Quizá, poco después, no tuvo tiempo para recordar de memoria “El canto de los italianos”, muy popular desde mediados del siglo XIX por su exaltación de la unidad nacional, que Italia introdujo como himno a finales de 1946, porque el Tratado de París de febrero de 1947 cambió nuevamente las fronteras.
En efecto, el fascismo italiano fue uno de los grandes derrotados y, al final de la Guerra, Istria y toda la costa de Dalmacia fueron integrados a Yugoslavia, como parte de Croacia, una de las seis repúblicas de esa nueva estructura federal, bajo el poder del Mariscal Tito. Entonces, nuestro hombre de Poreč cambió nuevamente de nacionalidad; pero también de nombre y de apellido, que ahora debían sonar eslavos y no latinos. Y, por supuesto, cambió de himno. El lema nacional de la República Federativa Socialista de Yugoslavia era “Hermandad y unión”, y el escudo presentaba la imagen de seis antorchas que ardían en una sola llama. El himno, “Hey, eslavos”, es una canción del siglo XIX que se había convertido en un llamamiento a la unidad de todos los pueblos de la región como una forma de lucha dentro del Imperio Austrohúngaro. Pero no parecía que cupieran los demás; la construcción de Yugoslavia en Istria y Dalmacia estuvo acompañada de numerosas masacres de italianos originarios de estas regiones y de muchos expulsados del país; unas 350.000 personas debieron pasar a Italia; de Pula salieron 30.000 de una población total de 33.000 habitantes…
Finalmente, tras la muerte de Tito comienza la disolución de Yugoslavia y se desencadena una dramática serie de conflictos multilaterales. Croacia proclama su independencia en 1991, pero hasta 1995 debe enfrentar la guerra con Serbia que, sin embargo, no desarrolla acciones importantes en el condado de Istria, quizá gracias a la cercanía de Italia, un país que, a pesar de todo, conservaba numerosos hijos en la región y, además, era miembro de la OTAN, lo que quizá hubiera llevado el conflicto a dimensiones continentales.
Nuevo país, nueva patria, nuevo himno; en este caso será la vieja canción croata que ya había sido cantada en la época del Reino de Yugoslavia, entre las dos guerras mundiales: “Hermosa patria nuestra, heroica tierra amada […] te amamos por gloriosa […] El mar azul le cuenta al mundo que los croatas amarán a su nación mientras el Sol calienta los campos de cultivo, mientras las tormentas azoten sus robles, mientras los sepulcros guarden a sus muertos, mientras haya un corazón vivo que lata”.
En 2002 murió en Istria nuestro hombre de los himnos. Entonces apenas podía soñar en un futuro estable. Después de su muerte, Croacia inició negociaciones con la Unión Europea que concluyeron con la adhesión como miembro pleno en 2013. Hoy el Ayuntamiento de Poreč exhibe en la fachada cinco banderas; las cuatro primeras representan a Croacia, el condado de Istria, la propia ciudad de Poreč y la Unión Europea; la quinta es el tricolor de Italia. Y al himno de Croacia se agrega ahora el oficial de la Unión Europea, la “Oda a la alegría” de Ludwig Van Beethoven.