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Beatriz Londoño
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Su caso fue detectado por casualidad, dice. Su ginecólogo le recomendó una biopsia y en la mamografía apareció lo que tanto temía. Era el año 2002, sus padres ya habían fallecido y Beatriz se tuvo que apoyar en su marido y en sus compañeros de trabajo para asumir su nuevo padecimiento.
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En ese momento entendió que el cáncer no solo era para ella, que es un impacto tan grande que su familia, amigos y conocidos, terminan igualmente involucrados. Sin embargo, optó por ocultar la verdad a sus hijos de 10 y 11 años durante los primeros meses, hasta que un médico y sus compañeros de trabajo la convencieron de que les hablara de su enfermedad, para que no la vieran sufrir sin saber el motivo.
Su trabajo en el Hospital San Vicente de Paúl nunca lo dejó. Para ella fue una gran terapia en todo el proceso después de la mastectomía y la reconstrucción, y ni siquiera dejó de ejercer sus funciones cuando comenzó la quimioterapia. Ahora Beatriz vive diferente, le agradece a sus familiares el apoyo incondicional, a su ex marido y a sus compañeros en el hospital. Se siente completamente sana y cada cuatro meses visita a su oncólogo, ya que a pesar de haber pasado 6 años de la operación, la posibilidad de volver a sufrir la enfermedad la siente latente, entre otras cosas, porque cualquier dolor lo relaciona, pero asegura que se ha ido acostumbrando y superando los miedos. Esta incansable trabajadora ya no se apega a lo superficial, los problemas no los ve como problemas y todo lo ve más liviano. Vive feliz con sus dos hijos, ahora universitarios, y continúa su labor en la fundación Fundayama para que otras mujeres no atraviesen por lo que ella pasó. |
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