Por: Julián Alzate Sociedad Antioqueña de Ornitología -SAO
Al desplazarse por las multitudinarias calles, parques y aceras del valle de Aburrá, es casi imposible no maravillarse al ver pasar bandadas de loras y guacamayas de exuberantes colores y estruendoso ruido, a los coquitos con su incesante picoteo dirigido al suelo en busca de pequeños artrópodos, a las maríamulatas que abarrotan parques y zonas verdes, o a las apacibles y elegantes garcitas blancas en los no tan apacibles tributarios del río que recorre de sur a norte esta pequeña porción del país, por citar algunos ejemplos.
Sin embargo, algo que debería ser llamativo para nosotros es el hecho de que hace menos de un siglo ninguna de estas especies había sido previamente registrada en el área metropolitana de la ciudad. Deberíamos entonces preguntarnos el cómo y el por qué de su presencia. El meollo del asunto radica en que no hay una sola respuesta, pues para los buenos biólogos depende de la especie o, en algunos casos, del grupo. Veamos uno por uno.
Al día de hoy, en el Valle de Aburrá se han registrado doce especies de loras, guacamayas y pericos, de las cuales solo una especie se distribuye naturalmente en los ecosistemas en los que se ubica la metrópoli: el perico cascabelito (Forpus conspicillatus). Irónicamente, esta especie es la única de entre las doce que no habita las zonas más concurridas de la urbe. En el caso de las demás especies, a lo largo de las últimas décadas (en especial de los 90), se llevaron a cabo programas de liberación controlada de individuos rescatados del tráfico de fauna silvestre o entregados de manera voluntaria por sus tenedores.
Dichas liberaciones fueron realizadas por las entidades oficiales, entre ellas el zoológico (actual Parque de la Conservación). Estos ejemplares rápidamente se diseminaron a lo largo del valle y, aunque unas especies se han adaptado mejor que otras –de lo cual es evidencia el número de individuos que se han observado–, podríamos decir que estos ejemplares han logrado luchar bastante bien en la selva de cemento, donde, por ejemplo, los lugares de anidamiento –que típicamente consisten en oquedades de palmas o troncos muertos– resultan ser un recurso escaso.
Por otro lado, si hablamos de los coquitos (Phimosus infuscatus) –estas curiosas aves de un negro brillante y provistas de un pico curvo y rosado–, el cuento es completamente diferente, pues no necesitó de nuestra ayuda directa para poder colonizar estas tierras. Aunque a esta especie normalmente se le encuentra en las zonas de “tierra caliente”, de las cuales se considera nativa, ha ido ampliando su rango de distribución hacia tierras cada vez más “frías”, llegándose a reportar individuos en ciudades como Bogotá. Para Medellín, los reportes de esta especie se consideraban dudosos hace poco más de treinta años. Esta migración y colonización se ha visto propiciada por el cambio climático, en el cual el aumento global de las temperaturas ha impulsado a algunas especies a “subir” las montañas, donde ya hace un poco más de calor. Esta historia es similar a la de las María mulatas (Quiscalus mexicanus), una especie que poco a poco se ha ido apoderando de los parques con su incesante canto de tonos metálicos.
Otro caso notable es el de la garcita bueyera (Bubulcus ibis), pues, aunque hoy podríamos llegar a creer erróneamente que ha sido parte del paisaje medellinense y colombiano desde siempre, esta especie fue vista en Colombia por primera vez alrededor de 1916-1917. Es una especie originaria del norte de África y zonas del sur de Europa, desde donde ha emprendido de manera autónoma quizá una de las más exitosas colonizaciones en el reino animal, pasando a convertirse en una especie cosmopolita: se expandió por el continente americano en menos de un siglo, donde ahora la podemos encontrar desde la Argentina hasta Canadá.
Como se puede observar, los procesos de dispersión y establecimiento no son estáticos, sino que, al igual que la evolución, son procesos dinámicos y continuos. Cada especie depende de una serie de condiciones ambientales y fisiológicas propias que le permiten establecerse y prosperar muy bien en algunas zonas, mientras que en otras puede irles un poco peor. Sin embargo, algunas pueden llegar a ser bastante tolerantes a multitud de condiciones, lo que les permite ir expandiendo el área donde habitan.
La próxima vez que se dirija por una de las múltiples avenidas, calles y carreras o disfrute de un apacible picnic en las muchas zonas verdes de la ciudad y reconozca a alguno de los protagonistas aquí mencionados, permítase maravillarse por el hecho de que los ancestros de esa criatura, al igual que los suyos o los míos, llegaron a esta área buscando mejores oportunidades para vivir. Respételos y quiéralos: ellos son tan paisas como usted, al igual que los otros centenares de especies que históricamente han habitado este territorio.