Un complejo de talleres pasó a ser uno de los nuevos íconos de Medellín. Su transformación trajo valorización y una apropiación ciudadana que desbordó los pronósticos.
Por: Daniel Palacio Tamayo [email protected]
En las paredes de la oficina de Carlos Posada, gerente de Valores Simesa, una colección de fotos aéreas le hace seguimiento a la evolución de Ciudad del Río. Y todo avanza tan rápido, que la más reciente —del año pasado— está desactualizada. “Acá ya hay un edificio en construcción”, señala.
Valores Simesa, la firma que ha liderado la transformación de esta gran manzana, ha visto cómo estas calles ofrecen una agenda cultural, el arte de los grafitis, un espacio público generoso —más que el exigido por las oficinas públicas— apropiado por la ciudad y una amplia oferta gastronómica.
Los impulsores de la iniciativa, en cabeza de Carlos Posada, pensaron en que la intervención del antiguo lote de la siderúrgica debería lograr “una nueva ciudad para la ciudad”. Y es que a ésta no la hacen los edificios —insiste Jane Jacobs en sus libros de urbanismo—, sino las personas. Y, sin duda, los espacios de Ciudad del Río ofrecen: color, sabor, alegría, cultura, emoción… “Cuando las calles de una ciudad ofrecen interés, la ciudad entera ofrece interés”, agrega Jacobs.
Afirma Posada, “se han visto los frutos de esa decisión en una valorización real del 17% anual y en el aprecio de la ciudadanía, pues al parque del barrio van más de cinco mil personas en un fin de semana”.
Hay construidos 1.800 apartamentos y cuatro edificios más de servicios y faltan unas 2.500 viviendas. Explica Posada que el éxito de este proyecto es que ha sido “sin afanes”. En principio se rechazaron ofertas para aprovechar la totalidad del lote con el fin de cuidar el entorno y garantizar un buen desarrollo.
En 2003, tres años después de la venta de los activos de la siderúrgica, se decidió que lo ideal era ejecutar en el lugar un plan parcial para cambiar la vocación. De lo contrario, allí solo podría haber una oferta comercial e industrial.
El cambio fue muy bien recibido, tanto que en principio significó un gran reto: “Había una gran demanda, pero de inversionistas; temíamos que una vez estuvieran los edificios salieran letreros de venta o alquiler por todo lado”, recuerda.
Hoy, afirma con satisfacción, hay filas de interesados por vivir allí. Las evidencias le indican a Posada que esa ciudad que insertaron en la ciudad, es ahora uno de los barrios más apreciados de Medellín.