Hace algunos días un padre de familia le comentó a otro lo siguiente: “No sé que hacer con mi hijo. Esta en plena adolescencia, se volvió rebelde, grosero e intolerante conmigo y mi esposa y solo piensa en salir a la calle con sus amigos. Creo que se me está saliendo de las manos”. El otro le respondió: “pues hombre, y vos qué esperabas. Pues eso es precisamente lo que tiene que hacer a esa edad. Se tiene que rebelar, te tiene que cuestionar y tiene que empezar a buscar quien es él en el mundo. Para eso se te tiene que salir de las manos.”
Esa respuesta me confrontó porque puso en evidencia esa gran contradicción que existe en las familias con hijos adolescentes: los padres quieren lo mejor para los hijos, pero estos últimos no quieren lo mismo que sus padres. Los hijos necesitan como nunca el apoyo de sus padres, pero también necesitan confrontarlos y transgredir aquello que dicen y prescriben. Es una etapa llena de paradojas. Me pregunté silenciosamente mientras escuchaba la conversación: “¿qué puede hacer este hombre con su hijo adolescente? ¿Qué necesita el hijo adolescente de su padre?”
Empezaré por decir que la adolescencia es el periodo de transición entre la niñez y la adultez de una persona. ¿Qué se está jugando en la vida del adolescente? ¿Por qué implica una profunda crisis tanto en la vida del adolescente como en la de su familia?
Los adolescentes viven varios duelos. Por un lado sus cuerpos cambiantes devienen escenario de la sexualidad y el deseo. La espontaneidad del cuerpo infantil pierde su libertad ante un cuerpo que mira y busca ser mirado y se angustia ante la mirada del otro. Por otro lado pierde su identidad de niño desligada de límites y responsabilidades. Esa tierra de “Nunca Jamás” donde todo es posible se derrumba mientras el adolescente encuentra límites, oposiciones, reglas y peligros. Entre él y sus deseos crece una distancia. Entre él y sus padres, antes sobrevalorados, o incuestionados a lo sumo, se abre una brecha difícil de salvar.
Pero la adolescencia, también implica búsquedas y elecciones. Una identidad debe morir para que surja otra más estable y amplia. Un adolescente busca un sentido, un espacio en el mundo, una forma de nombrarse y nombrar a los otros. Busca, y esto es lo más importante, emanciparse de una relación de dependencia, para empezar a ser responsable y pararse en sus propios pies. Se pregunta una y otra vez: ¿Quién soy, cuál es mi bien, cuál es mi mal, cuál es mi camino, cuál mi vocación, cuál es mi deseo?
Lo anterior, como es bien sabido no se da de la noche a la mañana, ni de formas sutiles. A la adolescencia la acompaña un tono de transgresión, de disrupción, que va desde el alegato o la excentricidad, hasta la infracción. Pero es importante saber que todos estos movimientos le sirven a una profunda búsqueda que generará, en el mejor de los casos, una gran transformación.
Si los padres tienen esto en cuenta, pueden acompañar, hasta cierto punto, a sus hijos adolescentes: mostrarles límites que no coarten su libertad, ofrecerles un amor espacioso que, no obstante, exija respeto, y finalmente fomentar en ellos la apropiación de mayores grados de conciencia y responsabilidad.
Opino que más problemática que una adolescencia difícil, es una adolescencia mediocremente vivida, esto es, sin cuestionamientos, ni búsquedas, ni causas, ni revolcones, ni equivocaciones.
Elegir y sostener sus propias elecciones, sin retroceder ni culparse por lo que sienten sus padres. Aceptarlos con sus fallas sin preocuparse por cambiarlos. Apartarse de ellos y seguir su propio camino. Eso es lo que busca un adolescente. Todos los que pasamos por eso sabemos cuanto trabajo cuesta.
Próxima columna: Las prisiones de la adolescencia.
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