Lorenzo Pérez lleva siete meses en la Escuela Sinfónica de Antioquia y hasta ahora no ha tocado ni una sola vez un instrumento. No hace falta. Carolina Hernández, su mamá, se ha sorprendido gratamente con la metodología aplicada, en la que el juego, la relación con el movimiento y el ritmo, son el fundamento.
Ella sabía de la existencia de la Escuela Sinfónica de Antioquia y que tenía una sede en el Parque Comercial El Tesoro, pero nunca se había interesado por conocer más sobre su manera de abordar la música con los niños, hasta que notó que a Lorenzo la experiencia le comenzaba a interesar.
Tenía la idea de que las escuelas de ese tipo se enfocan más en lo lúdico que en el aprendizaje musical, que era lo que en definitiva quería para su hijo. “Algo que le diera las bases para que en un futuro, si le gustaba la música, tuviera un fundamento y una metodología más estructurada y que se le facilitara coger un instrumento, leer una partitura”.
Una clase de prueba en la Escuela los convenció. La sorprendió que Lorenzo entendía atributos del sonido como qué era un grave o un agudo, las frecuencias lentas y rápidas, todo sin tocar un instrumento; caminando, corriendo, cantando.
“Era una aproximación a la música desde la experiencia”, señala Carolina. Que la música es algo cotidiano que nos pasa todo el tiempo, incluso cuando hablamos, agrega.
Por eso hoy, a sus cinco años, Lorenzo le dice que tiene la voz grave porque la siente ronca, que sabe que está de día cuando los pajaritos cantan. La cotidianidad está llena de notas y ritmos musicales que el niño ha ido descubriendo.
De alguna manera, para Carolina ha sido cumplir un sueño frustrado, que quiso hacer alguna vez en su vida: estar en clases de música. Solo que ahora es su hijo quien le enseña.
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