María Francisca Echeverri, médica geriatra y Receso de una actividad educativa en El Ciruelo
“¿Quién le hace esto a la abuela?, ¿quién la lleva?, ¿quien la cuida?” Cuando Alicia se fue a una estancia especializada en el cuidado del adulto mayor, todas sus nietas lloraron. Se cerraba la casa de la abuela, en la que la familia solía reunirse a celebrar días especiales o una simple tarde festiva.
“Vivía con la niña que me cuidaba, pero me daba dificultad hacer todo. Tomé la decisión y me vine para esta vivienda por mi propia voluntad. Vivo feliz y me siento cuidada”, cuenta Alicia Henao de Noreña, quien a pesar de contar con ocho hijos, con nietos y bisnietos, desde hace cinco años vive en la estancia Tu Casa El Ciruelo. A sus vitales 94 años, comparte con otras 47 personas que también eligieron un lugar en donde continuar la vida cotidiana de una manera más tranquila y segura.
Se busca ayuda cuando…
Necesitar la colaboración de otras personas para realizar las actividades corrientes, depender de medicamentos, querer facilitar su vida y la de sus familiares, tener una condición física o mental con necesidad de ser atendida, y la soledad son algunas de las razones por las que una persona mayor, o su familia, opta por un centro que ofrezca servicios profesionales en atención a la vejez.
“La vejez no es horrible, no es una enfermedad. Es un proceso normal de la vida que implica vivir de determinada manera”, insiste María Francisca Echeverri, médica geriatra y expresidente de la Asociación de Geriatría y Gereontología Nacional, frente a los prejuicios sociales que invalidan y vulneran al anciano. Los servicios gerontológicos que se encuentran hoy, superan los conocidos “asilos y guardaderos de ancianos”. Según la experta, dependiendo del objetivo social y la época en que fueron creados, se pueden diferenciar varios tipos: vivienda especializada para adultos sanos y autónomos, vivienda especializada en donde pueden ser autónomos, medianamente dependientes o dependientes, casas para el adulto mayor, IPS (Instituciones Prestadoras de Servicios), hogares, fundaciones, y los CBA (Centros de Bienestar del Anciano), también denominados Centros de Protección Social para el Adulto Mayor, Centros Día o Centro Vida e Instituciones de Atención.
Para el bienestar
Las comodidades varían entre los privilegios de una vivienda con servicios de hotelería cinco estrellas hasta las condiciones de los centros subsidiados por el Estado. En el caso del servicio privado, casas, hogares o viviendas que se encuentran en El Poblado, estas coinciden en ofrecer una atención integral que cumple con los requisitos básicos de enfermería, aseo, gerontología, fisioterapia, nutrición y un apoyo sicosocial en el que se destaca la socialización con personas de la misma edad, el sentirse parte de una familia y celebraciones religiosas para el acompañamiento espiritual.
Por lo general lo único que hacen las personas es cambiar de casa. Las habitaciones o apartamentos se adecuan con los muebles personales, se conservan gustos, hábitos y horarios para buscar la máxima expresión de la autonomía. Los más sofisticados cuentan con profesionales personalizados, chefs, transporte, piscina, gimnasio, capilla, área campestre, cabañas, restaurante, instalaciones para eventos, reuniones, terapias y juegos y un sistema de seguridad especial con señalización, barandas, antideslizantes, timbres, llamadores y cámaras.
Para desempeñar esta labor se debe contar con un gran espíritu de servicio. Las personas que viven con los viejos, lo hacen porque les gusta. Se aprenden sus rutinas, conocen el kárdex, los medicamentos, las comidas y caprichos, como es el caso de Érica Echavarría, gerontóloga de Añoranzas, hogar del adulto mayor. Allí, a “los abuelitos”, como les dice con un gran cariño, busca mejorarles la calidad de vida y no la enfermedad.
“La vida continúa”, es la consigna que Maria Francisca incentiva y quiere hacer sentir a cualquier persona con la que comparte. “Es entender que aunque se tiene más pasado que futuro, ese tiempo no es menos importante, por eso no aplica el ya para qué”, afirma.
En la habitación de Alicia hay un televisor grande, en el que algunas tardes, ella junto con sus nietas, ve los partidos de fútbol. También hacen tertulias y han estado viniendo a celebrar los cumpleaños. Frente al mismo televisor se reúne con las amigas de la estancia y ven películas de zarzuelas. “Todas cantan y son felices”, cuenta. Otras veces les da clases de costura.
“Yo he sabido vivir cada etapa y también he sabido envejecer”, dice Alicia con una cara tan alegre y radiante como la ropa que lleva puesta.