Aprendamos a preguntar

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Toda la vida nos han enseñado a responder y a cómo responder. La memoria es algo que hemos ejercitado casi de forma automática desde que somos pequeños, y con ella nos preparamos para los exámenes en el colegio y de la universidad… Y luego, cuando la dominamos, en la vida la usamos para defendernos, para aventajarnos; porque para eso es que escuchamos. 

Hace poco estaba leyendo un artículo en un blog de futurología y me encontré con una reflexión muy bonita de un científico cuyo nombre no recuerdo en este momento. En su anécdota, contaba cómo con frecuencia visitaba instituciones educativas para conversar con los estudiantes y cómo se quedaba maravillado con las preguntas de los niños en preescolar. Desafortunadamente, no pasaba lo mismo con los chicos de bachillerato. Las preguntas de éstos últimos eran vagas y, por lo general, no planteaban preguntas subsecuentes; se cerraban ahí, no más, sin invitar a una discusión. 

Así que un día, decidí realmente empezar a elaborar sobre el famoso y repetitivo “Mamá, por qué tal cosa y por qué tal otra?”, sin el tedio que muchas veces me generaba. 

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“Mami, dónde están mis andalias?” Me había dicho Cristóbal. 

“Sandalias. SSSSandalias.” Lo corregí. 

Cristóbal me miró extrañado, y luego me preguntó: “Por qué se dice SSSandalias si uno no SSSanda sino que anda?”.

La lógica de los niños es a veces demasiado profunda, y más fácil nos queda a los adultos decir “porque sí y punto”; o peor (o mejor) aún, decir que es que así se ha hecho (o dicho) por los siglos de los siglos (amén).

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Otro día, Cristóbal me preguntó que si el Niño Jesús era tan bueno, por qué había niños que no tenían casi, y además no recibían aguinaldos. Para mí fue muy difícil decidir entre la magia infantil, la religión y la racionalidad. Así que esa, en mi casa, la resolví al menos por ese año con Santa Claus. En realidad en ese momento preferí atribuirle el egoísmo a un señor juguetero que vivía en el Polo Norte y que era amigo de unos amigos de nosotros. Este año, en cambio, los regalos serán de los papás, y serán regalos que Cristóbal y Antonia deberán decir para qué les va a servir (tranquilos, jugar y divertirse también son necesidades esenciales para los niños).

En un año tan distinto, se vale salirse de la raya. Se vale escuchar a los niños y ponerse en su lugar para ver el mundo desde su perspectiva. Con seguridad ellos ya tienen resueltas tantas cosas que nosotros complicamos porque sí o porque así se ha hecho siempre. Jamás me imaginé que un juego de guerra con un naipe le fuera a enseñar a mis hijos qué número es más que otro, y jamás creí que los crucigramas que hago a diario se convertirían en las cuadrículas que les ayudarían a proporcionar las letras.

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