Su taller refleja algo de lo que es él. Imaginación, luz, orden, sinceridad, rigurosidad. Detrás de cada obra hay una historia nueva anclada en unas raíces muy vivas y en una cartografía que lo ha llevado por diferentes países.
Estudió Arte en la Universidad de Antioquia y, para acercarse a la materia textil, Diseño de Moda en la Colegiatura Colombiana. Vivió en Italia, en España, en Inglaterra, en Estados Unidos. Nueva York expandió su espíritu; Florencia, en 2003, es clave, porque estando allí comenzó a exponer. Una puerta se abrió y sus alas siguen batientes.
“Soy yo el que hablo”, dice Aníbal Vallejo, mientras nos detenemos en uno de sus lienzos. “Hablo de mí. Mi obra es como un diario de mi vida”. Piensa en los seres que se observan en sus cuadros; piensa en algunas naturalezas, también en sus abstracciones y en los hilos que trenza a mano y que, como filigrana, se integran a la lona.
Se trata de un trabajo muy personal. No le interesa justificar sus obras con largas explicaciones teóricas. En sus piezas, señala, “hay algo autobiográfico, ahí están mi vida, mis pensamientos, mis búsquedas”.
La pintura fue su elección. Acrílicos y óleos se unen a acuarelas y dibujos; usa el acero o la madera como soportes distintos a la tela y sus líneas bordadas evidencian círculos y curvaturas. Se puede definir como un explorador sin fronteras ni límites. “Le tengo terror a las fórmulas, cuando siento que me repito escucho una alarma”.
Al hacer una retrospectiva de su trabajo, se observa la enorme coherencia en su proceso. La historia del arte está detrás, también la literatura, la filosofía, la matemática, la música; su lenguaje es claro desde sus inicios, un “Aníbal Vallejo” se reconoce. Aquí hay que hacer una diferencia con su padre, que lleva el mismo nombre y también es artista. “El lenguaje no se oculta, las formas, el color que se pone al lado del otro, las líneas, los planos. Cada pieza se defiende por sí sola”. Hay un lenguaje que lo diferencia, una constante exploración de los materiales, una reflexión profunda sobre la acción pictórica, sobre el espacio y el tiempo en la obra de arte.
Y si bien Aníbal tiene un gran control sobre cada una de sus piezas, algunas llevan el azar en su interior, como la vida, son impredecibles. “El lenguaje viene de adentro. ¿De dónde sale el color? Se pregunta. Y se responde: del subconsciente”. Su estética aparece en cada obra. Esos blancos que inquietan, esos personajes inacabados, a veces como desvanecidos; esas sutiles gotas de acrílico que chorrean y que deja, porque algo dicen. Sus pinturas se construyen poco a poco, algunas piden un bordado que es como un dibujo, otras piden emerger del marco o dejar el soporte a la vista o, incluso, que la tela se expanda por el piso. Otras serán hilos que cuelgan o instalaciones que tienen como protagonista a la pintura.
Sus obras hacen parte de algunas colecciones, como las de Chehebar, el Banco de la República, el Museo de Antioquia, Jorge Pérez Collection y el Museo de Arte Moderno de Medellín.
Está él en series como Narciso y lo que no vemos en el espejo, Apuntes para el Salón de Madame B., Paisaje sin lugar, Memoria entre líneas, Geometrías inestables o Is the glass half empty or half full? No puede negar la fascinación que ejercen sobre él las obras de David Hockney o Henry Matisse o en Colombia, Gustavo Zalamea, inspirador de la serie La inminente tensión, proyecto expositivo para La Casita / Colección Chehebar, en Bogotá, en el que propuso un dialogo introspectivo desde la pintura y el dibujo.
En su propuesta plástica es clave la participación del observador. Sus obras finales tienen algo inacabado que invita a ser completado. Hay enigma. Sus transparencias, sus blancos extendidos, sus azules y negros que iluminan. ¿Ese joven en la piscina se hunde o intenta salir? ¿Aquel sobre el sillón es un solitario o espera a alguien? Están ante el abismo, intentan cruzar un límite. Hay una ambigüedad que llama al misterio. Tal vez por eso hay desasosiego en ellos. La pintura no se acaba en las manos de Aníbal, cuando finalmente se expone, el espectador la termina, ella sigue un proceso. El trabajo de Aníbal es un cuerpo de obra que siempre da para más.
Para Aníbal el arte es comunicación. Y sus obras son su lenguaje, escritura en líneas y pinceladas. Algunas de ellas nacen de una visión mientras camina; otras de la sensación del calor o el frío o de un sentimiento que lo conmueve; otras pueden surgir de una pregunta, como la que le hizo su hijo durante un paseo a un río: ¿dónde estará el agua que tocó mis pies? Y de ahí nació una de sus series: I Fiumi, que la habita el agua y la meditación sobre el tiempo. Y, el pensamiento de Heráclito sobre el fluir de la vida.
Hay en sus piezas una música interior. Hay unos ritmos, una sutil partitura. ¿Qué pasa en el mundo de la pintura? Es una de las preguntas fundamentales de Aníbal Vallejo. Alienta el mundo que brota desde su espíritu, desde sus manos. Él con sus obras envuelve a quien mira. Él, que se define como un solitario, convoca.
En el movimiento de cada obra, en la trasposición de las tonalidades y en sus progresiones, sigue ese ritmo interior como un pálpito. Nada es estático. Allí anida lo efímero de la vida.
El Open Studio
En su Open Studio de este viernes 6 de octubre, Aníbal Vallejo presentará obras realizadas entre 2021 y 2023. Unas 50 piezas. Amigos, curadores y galeristas están invitados y todos aquellos interesados en saber más sobre su estética. La cita es a las 4:00 de la tarde.
WhatsApp: 3012134772.