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Por: José Gabriel Baena | ||
Cuarenta años después de la publicación de “El shock del futuro” de Toffler, lo que parecía una novela y lo que vemos o padecemos hoy ha superado con creces las predicciones del vidente. En el disco duro de tu portátil -ese que puedes utilizar mientras te afeitas- dispones de “una tera”, un trillón de “bytes”, que no llenarás en mil vidas. Pero, a medida que la técnica se expande a esa capacidad, la psique o cerebro invisible del hombre, anonadada, va cada vez más de para atrás. En los últimos 40 años han surgido más enfermedades mentales que nunca desde que, hace 100 siglos, para celebrar el fin del diluvio, inventó Noé el bendito alcoholismo. Por estos días el ex-novelista Vargas Llosa, para hacerle un guiño a la Academia Sueca a ver si le daban el Nobel, se deshizo en elogios con la serie de tres noveluchas detectivescas de Stieg Larsson, entretenidas, sí, pero noveluchas (“Los hombres que no amaban a las mujeres”, etc). Sucede que una jovencita de 26 años, co-protagonista de las novelas, padece, según el otro investigador principal, del “sindrome de Asperger”, un desorden mental propio de la época. Según la psicología gringa “El síndrome o trastorno de Asperger es una patología autística. El término fue utilizado por primera vez en un periódico médico, en honor a Hans Asperger, un psiquiatra y pediatra austríaco cuyo trabajo no fue reconocido internacionalmente hasta la década de 1990. Fue aceptado oficialmente en el Manual Estadístico de Diagnóstico de Trastornos Mentales en su cuarta edición en 1994 (DSM-IV)”. Las personas con síndrome de Asperger (SA) no somos empáticas; se puede decir que tenemos una especie de “ceguera emocional”. Somos incapaces de “leer entre líneas”, se nos escapan las implicaciones ocultas en lo que una persona dice de forma directa y verbal. Un paciente afectado por el síndrome de Asperger se obsesiona con un tema ordenado y metódico. A la personaja de las novelas de Larsson sólo le interesa el mundo de los “hackers”. Los individuos con Asperger a menudo manifiestan un razonamiento extremadamente refinado, una gran concentración y una memoria casi perfecta. Pero no tenemos “sentimientos nobles”. Estas circunstancias conllevan numerosos problemas durante la infancia y la vida adulta. Cuando una maestra le pregunta a un niño con Asperger si fue que el perro se le comió la tarea, el niño permanecerá silencioso tratando de decidir si debe explicar a su maestra que él no tiene perro y que además los perros no comen papel. Yo fui uno de los primeros niños con Asperger que hubo en el planeta, y todavía mi ginecóloga no sabe qué hacer conmigo. Otra de mis enfermedades nuevas y favoritas es la Anhedonia o aburrimiento perpetuo: la incapacidad de sentir placer físico, mental o social, por NADA. Se resume en el llamado Cuestionario de Chapman (1982). Si contestas “Sí” a más de 3 de las enunciaciones siguientes, es prudente que te comuniques con tu hospital mental más cercano: Tener amigos íntimos no es importante. Prefiero mirar la televisión a salir con otras personas. A veces la gente piensa que soy tímido, cuando en realidad lo único que quiero es estar solo. Cuando estoy solo me molesta mucho que la gente me telefonee o llame a mi puerta. Prefiero que mis aficiones y actividades no necesiten de otras personas. Aunque sé que tendría que sentir cariño por ciertas personas, realmente no lo siento. Nunca tuve amigos realmente cercanos en el bachillerato. Hay pocas cosas más fatigosas que tener una larga discusión personal con alguien, sobre todo si ese alguien es un crítico de arte. La gente que intenta conocerme mejor suele abandonar su intento tras un cierto tiempo. No me siento realmente cercano a mis amigos. Mis relaciones con otras personas nunca son muy intensas. Todos los niños son muy estorbosos. En muchos sentidos, prefiero la compañía de las mascotas a la de la gente. Terminemos con la hermosa frase del músico Glenn Gould: “Siempre que paso más de una hora con una persona, necesito por lo menos 24 horas para reponerme”. |
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