Por: Juan Guillermo Gómez García Hagamos tabla rasa del pasado… ese es el espíritu del porvenir.
Max Nettlau
Dondequiera que haya un hombre que ejerza la autoridad, hay otro hombre que la resiste.
Oscar Wilde
1. Anarquismo un término equívoco
Quizá no exista una mayor confusión y desorientación que la que atribuimos a las palabras “anarquismo” o “anarquía”. Solemos relacionar estos conceptos políticos con confusión, desorden, indisciplina, revuelta, rebelión, terrorismo, locura, crimen, vagancia. Muchas veces atribuimos a los llamados “actos anarquistas” o a los “anarquistas” pensamientos, ideas y acciones que, en realidad, están muy alejados de su sentido político-ideológico y de la significación que ellos han tenido y tienen en el desarrollo de las corrientes políticas contemporáneas. No es difícil oír en boca de personajes públicos, profesores e incluso en personas cultas, la palabra “anarquía” o “anarquistas” para referirse a formas de pensar y de actuar afines al desorden y no lejanas de la criminalidad o la patología. En la prensa, en las instituciones escolares, en los círculos familiares y en espacios públicos, se utilizan estas palabras en forma indiscriminada, vaga, negativa.
Este uso arbitrario o espontáneo de las palabras “anarquía” o anarquismo” acaso está relacionado en nuestro país a una circunstancia particular. Sin duda la corriente de pensamiento anarquista ha tenido un peso tan poco significativo entre nosotros que, justamente, por la preponderancia de otras corrientes socialistas como el marxismo-leninismo, ha sido pasado por alto. Los anarquistas -se suele decir en los partidos o grupos de izquierda-, son “espontáneos”, “oportunistas”, “idealistas”, “delirantes” o simplemente están considerados como los últimos y desapacibles románticos de la historia de las ideologías políticas.
2. Hacia una definición provisional del anarquismo
El anarquismo encuentra su razón de existir en la libertad. La libertad individual es el primado de su filosofía política que a la vez es la raíz de su ética social. Libertad individual, filosofía política y ética social o civil son términos intercambiables. El anarquismo es un retorno, real o imaginado, del hombre a un reino de la libertad en el que se pretende volver a armonizar las esferas del individuo con su entorno, con la naturaleza y la sociedad. Este esfuerzo por recuperar la armonía del hombre consigo mismo y con los demás es la fuente de su impulso primario y la llama inextinguible que arde en el corazón de sus militantes y adeptos. Esta búsqueda de libertad absoluta, es decir, del rechazo de todas las formas que históricamente han obstaculizado esa felicidad humana, hace del anarquismo una de las ideologías políticas más importantes del mundo moderno, no obstante sea una de las más criticadas o incomprendidas.
La libertad del individuo frente a toda forma de autoridad, política y civil, brota de un impulso que es a la vez inexpugnable filosóficamente, aunque históricamente determinable. La rebelión o la inconformidad pueden verse como un dato antropológico, es decir, una pasión característica del ser humano. Este impulso por librarse de las ataduras que acompañan a los seres humanos desde sus primeras formas de asociación tribal, constituye una intuición fundamental de la ideología anarquista, frente a la cual resulta vano oponerse con una argumentación discursiva, de tipo racional. En toda época y en toda asociación no sólo hay marginales sino inconformes, críticos de la vida social y de los tipos de asociación; en fin, anarquistas con un grado más o menos conciente de su papel liberador. Pero en el anarquismo se esconde un fondo filosófico ilustrado y arrastra consigo las consecuencias históricas ineludibles de la Revolución francesa (1789).
El anarquismo saca fuerza de sí, independiente de las circunstancias. Hay en él algo de permanente o imperecedero. El solo hecho de que se luche por la Idea, en mayúscula, lo dota de un cierto sabor platónico; vale decir, una lucha oportuna en cualquier lugar y tiempo. Es un utopismo sin una utopía descriptiva; una humanidad idealizada sin un programa específicamente definido. La relativa indefinición de muchos de sus contenidos, le da al movimiento fuerza y debilidad a la vez. Le proporciona un sentido anacrónico a sus postulados que pueden ser, paradójicamente, siempre actualizados. El atropello cometido a un miembro de la comunidad, es un atropello cometido a todos.
Acaso la vigencia -potencial o real- del anarquismo descansa en esa capacidad invocativa de una denuncia. Su fondo moral, el temple épico de los anarquistas, es un haber ideológico de valor indiscutible.
Mientras haya un Estado, unas instituciones sociales que violen las libertades del hombre, atenten contra su dignidad e integridad, se levantará una voz, solitaria o mancomunada, para restituir al hombre a los valores supremos, a su libertad y todo lo que depende de ella. Ser anarquista no es una profesión; es una vocación, más o menos conciente. A diferencia del leninismo que hizo de la militancia un asunto de conspiradores profesionales -un leninista es un animal de caza altamente entrenado que cuando huele el poder sabe donde está la presa-, el anarquista vive su militancia como un asunto privado y público, un asunto de su subjetividad comprometida con la causa, no con el Partido u otra organización intermedia.
3. Figuras destacadas del anarquismo
Se puede afirmar que el primer anarquista moderno o quien por primera vez sistematizó las ideas anarquistas fue William Godwin (1756-1836) con su libro Enquiry into Political Justice (Investigación acerca de la Justicia política, 1793)2. El libro pone de presente la inocua condición de cualquier forma de gobierno y apela a la virtud como único instrumento racional para encontrar una comunidad de intereses que sustituya la actual tiranía. Hijo de un pastor protestante y él mismo predicador educado en un severo calvinismo, Godwin fue autor de una serie de novelas y de contribuciones en múltiples medios periodísticos. El extenso volumen de Godwin, que por su elevado precio de tres guineas no fue objeto de censura, como lo había sido la obrita de Paine (vendió 200.000 en tiempo récord), contiene los gérmenes del anarquismo moderno:
Por encima de todo no olvidaremos que el gobierno es un mal, una usurpación del juicio privado y de la conciencia individual de los hombres; y que, aun cuando nos veamos obligados a admitirlo actualmente como un mal necesario, debemos, como amigos de la razón y de la especie humana, aceptarlo en el grado menos que nos sea posible y observar si, a consecuencia de la gradual ilustración del espíritu humano, esa pequeña porción de gobierno no puede ser reducida más aún.
Pero más importantes que Godwin para el desarrollo ulterior del anarquismo fueron los formidables rusos Bakunin y Kropotkin. Michael Bakunin (1814-1876) era hijo de una familia aristocrática rusa; su temperamento estaba inclinado más a las actividades intelectuales que a las militares. De estatura gigante y personalidad cautivadora, pero excéntrica, Bakunin encarna una de las vertientes más representativas del anarquismo, y su vida agitada –a diferencia de la de Proudhon- está ligada íntimamente a sus ideas. Su salida a Berlín en 1840 –financiada por Herzen- fue el camino a su liberación que pasó primero por los círculos hegelianos, luego por los anti-hegelianos de Arnold Ruge y por la influencia de von Stein. En La reacción en Alemania, su primer escrito de 1841, habla con el ardor de un “sediento delirante”:
Habrá una transformación cualitativa, una nueva vida, un mundo joven y poderoso en que todas nuestras disonancias presentes quedarán resueltas en un todo armónico. (…) Pongamos nuestra confianza en el espíritu eterno que destruye y aniquila sólo porque es la fuente insondable y eternamente creadora de toda vida. El impulso de destrucción es también un impulso creador.
Poitr Kropotkin (1842-1921) continúa, pero a la vez enriquece de diversas maneras la obra de su compatriota Bakunin. También de familias nobles, en realidad hijo de la más alta nobleza rusa, Kropotkin se va a caracterizar por un temperamento excepcional. Quienes lo conocieron, como a Bakunin, no pudieron sustraerse de su magnético encanto, pero por razones diversas. Era Kropotkin como un santo secular, estaba bendecido por una áurea de bondad y recia convicción de su ejemplo moral. En una biografía de gran valor de Woodcock y Avakumovic, se anota:
En términos generales, puede decirse que encarnaba los mejores atributos del pueblo ruso, y que a su vez creía en el pueblo ruso porque percibía en los campesinos las mismas cualidades de cordialidad y desinterés que él mismo desplegaba. En consecuencia, es lógico que obtuviese mayor fama y mejor reputación que los demás exiliados rusos de su época, y que el mundo occidental le considerase representativo de los rusos que se oponían a la autocracia zarista en nombre de la libertad y el bienestar del pueblo.