Por: Juan Sebastián Restrepo Mesa
David Deida nos aporta 3 elementos muy simples para hacer una breve radiografía de algunos malentendidos crónicos de nuestra vida de pareja. Dice que en nuestra sociedad usamos la palabra “amor” para definir 3 cosas muy diferentes: amor, romance y polaridad sexual.
El amor sería la capacidad de abrir el corazón; algo simple de entender y difícil de practicar. Puedes amar a alguien a quien no deseas o desear a alguien a quien no amas. Lo más importante es que de hecho uno puede aprender a amar en circunstancias difíciles y ese debería ser el fundamento básico de una vida humana en general y de una relación de pareja en particular.
El romance es esa conexión instantánea que sorprende por su familiaridad. Es esa manifestación tipo Corín Tellado, con el típico: “nuca me había sentido así” y “esta es la primera vez” y “por fin me llegó mi media naranja”. Es el momento en que encuentras al ser definitivo que al cabo de meses o- en el mejor de los casos un par de años- será la única persona en el mundo que no te puede dar lo que deseas y la más equipada para hacerte daño. Bien lo decía el infantil Calamaro con su imaginación inversamente proporcional a su profundidad: “Todo lo que termina, termina mal, y si no termina se contamina igual”.
Es la típica relación en que una mujer mata al esposo y ve caer al papá, o del hombre que empieza diciéndole a su pareja mamacita y termina diciéndole mami mientras le entrega sus huevos en la mano.
Lo que no hemos entendido es que el amor romántico, ese delicioso néctar de las canciones de carrilera y las rancheras, es fundamentalmente infantil e insostenible. Las personas que nos atraen de esta manera encarnan las cualidades o rasgos paternos o maternos. Y terminamos cayendo en el espejismo de pedirles justamente lo que nuestros padres no nos dieron.
Vamos entonces con la polaridad sexual, ese poder que está presente en todos los aspectos de nuestra vida: nos acerca a nuestros amantes, fluye en las empresas, supermercados, etc. Se refiere al tirón o repulsión magnéticos entre los polos masculino y femenino. Es ese poder que nos arrebata, que electriza el cuerpo, que nos vuelve gagos y nos pone a respirar o suspirar. Es importante aclarar que polaridad sexual no equivale a género o sexo. Cuando la polaridad sexual es débil en nuestra relación íntima, empezamos a sentir que nos falta algo, y a menudo culpamos a nuestra pareja y a nosotros mismos. Se produce o no. Los que no saben que la polaridad sexual puede activarse o desactivarse conscientemente, la llaman química.
Preparase para un encuentro de pareja profundo implica saber lo siguiente: puedes amar a cualquiera, todo romance termina en decepción si no se hace conciencia de nuestro infantilismo y la polaridad sexual puede usarse conscientemente. Pero en nuestras relaciones contemporáneas, además de ignorar lo anterior, privilegiamos el romance y negamos el amor y, más aún, la realidad de la polaridad sexual. Es más, hay personas, o incluso movimientos culturales, que se empecinan en negar esta última con consecuencias trágicas para las relaciones de pareja. Y esto genera las infantiles relaciones tragicómicas que todos conocemos, de príncipes azules que se convierten en sapos y de cenicientas malinterpretadas. Pero pocos asumen la empresa de abrir el corazón momento a momento. Y muchos de los que lo hacen reniegan el reto de la polaridad sexual, cayendo en las patéticas, cariñosas y seguras relaciones fraternales de 50% y 50% donde las conversaciones son largas y frecuentes y el sexo tibio y mediocre.
Según Deida, el arte de la comunión íntima sigue dos líneas fundamentales: la primera es la práctica de abrirse amorosamente y atravesar aquello que te impide amar momento a momento. La segunda es el uso consciente de la polaridad sexual para transmitir amor.
¡Que viva la diferencia!
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Amor, romance y polaridad
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