Se ha dicho ya hasta la saciedad que la especie humana no se define por el número de circunvoluciones cerebrales, ni por la cantidad de dedos, ni por la capacidad técnica e intelectual que posee; se define por sus vínculos de amor. El bebé cuándo es amamantado busca con la mirada los ojos de su madre y silenciosamente encarna una pregunta: ¿quién soy yo para ti? y la respuesta silenciosa de los ojos maternos se encarna en términos de amor o desamor.
Además de las miradas, recibimos un lenguaje para nombrar las cosas. Y el lenguaje surge de la compañía cercana. Las emociones como el amor, el odio, la tristeza surgen en la convivencia. También la identidad, la autoestima y en última instancia toda realización humana posible. Crecemos definiéndonos con, desde y hacia el otro.
No obstante es necesario decir que cada tiempo determina sus formas de vinculación. Diferentes tipos de vínculo fluyen a través de los siglos. Esclavitud, matrimonio, amistad, fraternidad, concubinato, todas son palabras que nombran diferentes formas del vínculo entre las personas.
¿Cuáles son las formas actuales del vínculo amoroso? Pasamos de una sociedad de productores a otra de consumidores: establecer relaciones para siempre, hablar de compromiso, es una cuestión fuera de sentido. Las relaciones se han convertido en inversiones.
¿Acaso hay una razón para que las relaciones de pareja sean una excepción a la regla?
El consumismo, una de las marcas de nuestra época, hace que miremos al otro como medio. Al respecto dice el sociólogo Zygmunt Bauman: “en nuestros días, los centros de compras suelen ser diseñados teniendo en cuenta la rápida aparición y la veloz extinción de las ganas (…) Al igual que otros productos, la relación es para consumo inmediato (no requiere una preparación adicional ni prolongada) y para uso único, “sin perjuicios”. Primordial y fundamentalmente, es descartable”.
Y con el consumismo y la trivialización de los otros entra el amor en el espacio del simulacro. Un “como sí” es lo que define a muchas de nuestras relaciones aparentes, “espectaculares”, intensas y fugaces. Noviazgos van y vienen, las ganas se fraguan, se satisfacen y mueren. Copy and paste es la estructura de nuestro amor. ¡Qué cerca están nuestras relaciones de la metáfora del ordenador y que lejos de la metáfora del cultivo orgánico!
No hay tiempo para el engorroso y lento cultivo y maduración del deseo. Hay tantas posibilidades, tanta variedad, tanta libertad que nos perdemos satisfaciendo ganas efímeras que no hacen otra cosa que acrecentar rápidamente el agujero de nuestro vacío existencial.
No hay tiempo para nuestra maduración. Por el contrario, la antierótica maldición del afán se cierne sobre el eros actual: las personas desesperadas al sentirse descartables, siempre ávidas de un poco de amor, todo el tiempo desconfían de las relaciones, sobre todo si es “para siempre”, temen convertirse en una carga y desatar expectativas que no pueden ni desean soportar.
Dice Bauman que “las “relaciones virtuales” (conexiones) establecen el patrón de medida, el modelo del resto de las relaciones: cuando la calidad no da sostén, el remedio es la cantidad y como un patinador sobre el fino hielo, la velocidad es el remedio, seguir en movimiento es un logro y un deber agotador”. No es extraño ver tanto sufrimiento, cuando vivimos una época que construye sistemáticamente relaciones de desamor.
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