Antioquia está llena de música. Espero que dentro de ese mundo, el Estudio Polifónico se recupere de la crisis de la pandemia.
Abre la puerta con un aire suave a ceremonia. Solo que, en esta oportunidad, no habrá música ni concierto, sólo historias. Alberto Correa nos atiende en un apartamento, con una elegancia natural: él, y todo lo que habrá en los minutos siguientes, estará ordenado, en armonía. La escena que ha hecho posible este encuentro, y todos los demás, ocurrió hace 71 años y medio; hoy tiene 80. Cuenta que después de salir de clase, camino hacia su casa, en la calle Calibío con Cundinamarca, pasó por un salón; un grupo de personas interpretaba Sicur cervus, del compositor Giovanni Pierlugi Da Palestrina, y no pudo seguir. Con los brazos, rodeó las rejas de la ventana y estuvo ahí casi una hora.
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La misma situación se repitió durante tres días, hasta que el maestro Rodolfo Pérez Gonzaléz, que estaba adentro y dirigía el ensayo, lo vió e invitó a quedarse. A partir de ese momento, empezó un camino que lo acercó cada vez más a la música. Antes de empezar su carrera de medicina, en la Universidad de Antioquia, se acercó al existencialismo. Tantas dudas sobre la realidad lo llevaron a buscar la calma del mundo espiritual. Fue así como llegó al Seminario de Yarumal a estudiar filosofía. Allí se acercó al canto gregoriano, ayudó en los ensayos de música, y conoció a dos de sus mejores amigos, hasta hoy: los hermanos Mario y Gustavo Yepes Londoño.
Con ellos hizo música y teatro. Después de dejar ese pueblo, aprendió a combinar la medicina con la música. Aunque algunos profesores en la Universidad de Antioquia no estuvieran de acuerdo; ya estaba acostumbrado: su papá no quería que fuera solo músico, un oficio que en aquellas décadas estaba asociado a la bohemia, la fiesta o el desorden. Por eso se convirtió en médico y músico. Sus días empezaban a las 3 de la mañana y se extendían hasta la noche, sin malestares, sin cansancio.
Después, con los años, tuvo que enseñarle al cuerpo a descansar, y sus citas con pacientes en Caldas las combinaba con ensayos y creación. En 1962 fundó el Grupo de Música Antigua de Medellín y en 1966 creó el Estudio Polifónico de Medellín, cuyo coro hizo parte de algunos de los eventos más importantes, en Colombia. Se graduó como médico en 1968, y ante varios suicidios de ese tiempo, fue de los primeros en Latinoamérica que empezó a investigar y a interesarse en un tema que aún llama su atención: la musicoterapia, disciplina que busca sanar, con ayuda de la música. En 1971 se casó con Emma Elejalde, una mujer que le ha permitido conseguir lo que ha querido, y de la que dice: “le debo todo”.
Con ella tuvo dos hijos: María Catalina y Juan Esteban, a quienes llevaba a los ensayos o a los restaurantes, a comer, en aquellos tiempos de vacaciones inexistentes y oficios variados. Fundó la Orquesta Filarmónica de Medellín (Filarmed) en 1983 y de ella hizo parte hasta el 2013, año en que la junta directiva consideró que era hora de un relevo.
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Esta orquesta, a la que compara con una hija, la volverá a dirigir el próximo sábado, 2 de julio, en el Teatro Metropolitano, en un homenaje por sus 80 años. Por estos días ensaya con disciplina y dedicación, atributos que lo llevaron a trabajar 50 años, casi sin pausa. Para este concierto que empezará a las 6 de la tarde y bajo su dirección, Filarmed y el Estudio Polifónico interpretarán la Novena Sinfonía de Beethoven, compositor que es su preferido junto a Bach. “Bach busca a Dios a través de la belleza. Beethoven es aquel que llega a la armonía a través del esfuerzo: ambos me han llevado a través de un camino místico que he recorrido”. Ese día, la batuta de dirección que le regaló la orquesta en el aniversario número 35, y guarda en casa, saldrá de la caja de madera, para participar en su homenaje.