Un mes antes, y como si se tratara de una preparación sobrenatural para lo que vendría, lo recogieron del asfalto, cerca a la estación de gasolina de Los Almendros, en Medellín. Lo levantaron inconsciente, al lado de su motocicleta, aún bajo los efectos de alguna bebida.
El agente que estaba con ella, le advirtió que era el hijo de su compañera de trabajo, en la Secretaría de Movilidad. Un mes después, volvieron a levantar a Juan David del asfalto, esta vez sin vida.
Cuando recuerda lo sucedido aquella noche, Laura Castro, agente y actual supervisora en Rionegro, deja de hablar para secarse las lágrimas: “Es como si nos hubieran preparado antes, para ese momento”.
Entre los casi 400 cuerpos que ha levantado de las vías, por accidentes de tránsito, este ha sido uno de los casos más difíciles: “Lo más complejo no es hacer el levantamiento. Lo más duro es romperle el corazón a una familia”. Aquella madrugada, al llamarla para darle la noticia, recuerda que Gloria, la mamá, contestó: “¿Para qué me llamas a esta hora?”.
Más allá de esa camisa azul celeste impecable y su elegancia, hay una mujer sensible que lleva 19 años en este oficio. “Antes de que yo naciera, mi mamá ya le había pedido al Universo que yo fuera agente de tránsito”.
“Antes de ser agentes de tránsito, somos personas. Eso lo olvidan quienes nos agreden. Estamos ahí para ayudar a que todo funcione mejor”.
Cuando estudiaba Ingeniería de Sistemas en la Universidad de Antioquia y se abrió una convocatoria para seguir el sueño familiar y suyo, se presentó a un concurso. Después de ganarlo y prepararse, se convirtió en agente de tránsito, en Medellín. Ahí estuvo más de 15 años entre la congestión, las normas, los aprendizajes y la vulnerabilidad.
“Nos enseñan que los insultos no son contra uno; el tema es contra el uniforme y la situación.
Ahí, en la calle vemos que el interés por las demás personas hace la diferencia”.
Sobre el aumento de las muertes en las vías y de las agresiones hacia los agentes, tiene una respuesta clara: “Creo que el estrés ha tomado ventaja y no se ha dado importancia suficiente al manejo de las emociones y a la salud mental. En muchos accidentes, vemos personas embriagadas y aquellas que dicen tener un problema y estar distraídas, tristes. Conducir no es llevar una máquina, es entender un sistema y que cada acción tiene una consecuencia”.
Con su voz suave cuenta que está en Rionegro desde el año 2022: “Mi familia y yo queríamos un cambio. Aquí disfruto del clima y el ambiente tranquilo”.
Aunque no hay “tantos accidentes como en Medellín”, hay desafíos y un deseo: “Espero ayudar a que la gente entienda su responsabilidad y que no es necesario ser toscos”.