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Esa formación la recibió Julio Posada en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Pontificia Bolivariana, pero como él, muchos otros la hemos recibido. Sin embargo, lo que diferenciaba a Julio de otros periodistas no es algo que enseñen en las escuelas de periodismo, no es algo que se logre únicamente con la aplicación académica. Julio fue un periodista que siempre vio a sus lectores, a los lectores de su periódico, como personas inteligentes a las que hay que tratar con el mismo respeto con el que se trata a una persona cara a cara. Nunca asumió su posición de director de un medio de comunicación exitoso como un privilegio o un espacio de poder para beneficio particular. Por eso por muchos años Vivir en El Poblado no tuvo una columna editorial, pues según su manera de ver, nuestra función social como orientadores y formadores de opinión no se cumplía con una columna de opinión para decirle a nuestros lectores qué pensar sobre tal o cuál cosa, o por quién votar, o cualquiera de las otras cosas que tradicionalmente dicen las columnas editoriales. Con reservas, finalmente aceptó que debíamos tener una columna así, sin las pretensiones de poder que indica la tradición, pero sí con los valores sobre los que fundamentamos nuestro trabajo en Vivir en El Poblado, principalmente el respeto por las demás personas. Fueron muchas las horas, en los casi 16 años que trabajamos juntos, que dedicamos a hablar de periodismo, de Vivir en El Poblado, de muchas otras publicaciones que imaginamos, de las que logramos hacer y de las que se nos quedaron en sueños. De todas esas conversaciones salía cada edición de Vivir en El Poblado, un periódico que nunca se ha hecho mecánicamente, como se hace cualquier producto de masas, sino casi artesanalmente, con mucho cuidado en los detalles, con gran rigor periodístico y estético, con pasión y amor por el trabajo. Esa particular entrega a su trabajo, su forma particular de valorar la información, su obstinación en ver a las personas siempre desde su mejor lado, de sus mejores capacidades y no desde la sombras que todos tenemos, hicieron de él un periodista diferente. Y no se trata de mera palabrería fruto del dolor por la pérdida de un amigo. 20 años de éxito profesional son suficiente prueba de ello y de que su carrera profesional no fue la de un periodista del común. Los periodistas normalmente somos formados para ver las sombras de las demás personas, aún en el más claro de los días, y escarbar en ellas con tozudez, pues de ellas se nutre nuestro éxito laboral. Pero Julio no veía las cosas así. Nuestras discusiones muchas veces llegaron a puntos sin salida por la diferencia de enfoques que siempre tuvimos sobre hechos particulares, pero de esas diferencias se nutrió nuestro trabajo. Ahora, visto en perspectiva, y con el dolor por su ausencia, con la certeza de la finitud de las cosas humanas, veo de otra manera su actitud positiva y contraria a conflictos, esa actitud que tanto nos piden a los periodistas en la calle, esa actitud que en Julio estaba lejos de ser ingenua; por el contrario, reflejaba la agudeza de su criterio, pues gracias a ella logró lo que ninguna otra empresa periodística ha logrado en nuestro país, y no porque no lo hayan intentado aquí y en otras ciudades empresas con muchos recursos y posibilidades, sino porque no es simple hacer lo que él hizo: tener el valor de soñar y de hacer todo lo posible por alcanzar ese sueño. Ya llegará el tiempo para que las nuevas generaciones de periodistas miren esta experiencia de vida y periodística y busquen en ella algunas respuestas para su desarrollo profesional, para que señalen aciertos y errores y decanten esta visión particular del oficio. Como sea, al periodismo colombiano le hará falta la mirada fresca de Julio, esa que posibilitó el surgimiento de Vivir en El Poblado y de todos los otros periódicos que en todo el país vinieron después a seguir sus pasos. Julio, Doc, yo le agradezco haber creído siempre en mí, haberme dado la oportunidad de trabajar a su lado por tanto tiempo. La amistad que nos unió se fortaleció por las diferencias de pensamiento que tuvimos y que nos unieron profesionalmente y por el profundo respeto con el que usted me trató. A sus padres, don Alberto y doña Rosalba, a sus hermanos Juan, Luis Alberto, María Eugenia, Manuel y Martha les presento mi saludo de condolencia. Adiós, amigo. Hernán Vanegas Urrego. |
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