Para entender lo que pasa aquí solo es necesario caminar unas cuadras, mirar bien, sentarse en un
muro exterior de alguna de sus tiendas, hablar con el sastre, la modista o algunos de los que quedan y han vivido en este barrio desde hace tiempo. Es obvio: Manila ya no tiene la misma intención con la que fue creado en los días de 1930.
Ahora, sus calles son recorridas por gente que llega de otros países, con otros idiomas, con otros deseos. En varias de sus esquinas se ven máquinas que trabajan para levantar cualquiera de los casi 10 proyectos de construcción que existen actualmente.
Hace unas semanas una escena nueva sucedió aquí: un camión gigante, más grande que el prome
dio de los automóviles, pasó por una de sus calles. En su recorrido, el techo rasgó uno de los cables de la luz. El tráfico se detuvo. No hubo electricidad. La sensación de colapso se instaló en el aire durante un par de horas. Y esa sensación es la que tienen, a veces, quienes han vivido aquí durante años y aún se niegan a partir.
Aunque son conscientes de las posibilidades de construcción y turismo que permite el actual Plan de Ordenamiento Territorial (POT) y muchos celebran las oportunidades, la abundancia o lo distinto, también se preguntan: “¿Por qué tenemos que escuchar máquinas de construcción todos los días? ¿Quién controla el ruido que sale de las terrazas en las noches de fiesta? ¿Por qué tenemos que ver droga y mujeres que llegan para vivir en un apartamento y dedicarse a la prostitución? ¿Qué hay que hacer para volver a ver las calles sin tanta basura?”.
HOY QUEDAN 25 FAMILIAS EN ESTE BARRIO DE EL POBLADO. LA SALIDA DE MUCHOS Y LA TRANSFORMACIÓN DE SUS CASAS, EN LUGARES PARA EL TURISMO, SON UN EJEMPLO DE LO QUE SUCEDE EN ALGUNOS PUNTOS DE MEDELLÍN.
En medio de las cifras de crecimiento, de las oportunidades que muchos traen, de la libertad que
tiene cada persona para vender su casa o convertirla en aquello que desea, preguntas como las anteriores ganan validez porque recuerdan que ningún crecimiento es realmente sostenible o humano si no tiene en cuenta las condiciones de vida de los otros.
¿Qué tanto nos cuidamos y nos interesamos por el bienestar de los desconocidos? ¿Qué tanto escuchan nuestras autoridades a la comunidad y qué procesos sociales y culturales tienen previsto liderar en los barrios para garantizar que haya armonía?
Por estos días, Yuval Noah Hariri, un autor que ha escrito varias reflexiones sobre los tiempos actuales y las formas de vida, escribió una frase llamativa: “La gente que sabe cómo enlazar y tejer una historia es la que da órdenes a la gente que apenas conoce los hechos”.
Si unimos esto a lo anterior y sin caer en romanticismos, podríamos pensar que aún no es de
masiado tarde para que las personas de barrios como Manila se unan a trabajar por sus lugares:
preguntar, revisar su POT, buscar a los responsables, exigir acciones a las autoridades, contar su
historia e investigar. De esta forma, Medellín podrá ser una ciudad donde podamos vivir todos, con
respeto, en armonía. Y sin necesidad de que se vayan aquellos que siempre han vivido en los barrios
y quieren seguir en ellos.