No sería correcto decirles que amen sus estrías, su sobrepeso, sus miedos y sus debilidades porque no sería honesto. No creo que amar forzadamente lo que odiamos sea amor propio.
Algún domingo hace un par de meses, decidí hacer una actividad en Lolas Magazine -una revista de mujeres para mujeres de la cual soy fundadora- para leer a las mujeres que nos siguen. Decidí que sería buena idea invitarlas a compartir sus secretos y confesiones más candentes para ponerle un poco de picante a la noche.
“Lolas, hoy haremos noche de confesiones: lo que no le contamos a nadie, pero queremos sacar. Sus mensajes serán confidenciales”, escribí en Instagram stories.
En cuestión de unos segundos recibí los primeros mensajes. Al comenzar a leerlos me di cuenta de que la invitación no fue tan clara (o tal vez sí, pero cada una lo interpretó desde su universo de secretos de los que se quería desahogar).
Esto es un poco de lo que leí: “Me siento muy frustrada con mi vida. Ni trabajo ni amor (relación pésima a distancia). Estancamiento total. Siento que estoy viendo a todos hacer goles y yo en la banca”. “Tengo tres amigas y siempre pienso que soy menos que ellas, siempre les va superbien en el amor y les hablan muchos niños, en cambio a mí casi no, eso me hace sentir muy mal…”. “Confieso que me siento destruida y con el autoestima por el piso. Todas mis relaciones son fracasadas… mi novio, quien creí que era perfecto, me terminó porque le gustaba otra chica y porque esta chica era de su mismo nivel social”. “Confieso que tengo mucho miedo de querer y no ser correspondida y eso se debe a que suelo criticar demasiado a la mujer que veo en el espejo”.
Cada vez que leía uno entraban cinco nuevos. Esa noche alcancé a recibir más de 200 mensajes. Era una lluvia tenebrosa.
Alguna vez, contando esta historia, confesé que lloraba cuando leía algunos de los mensajes. Al rato, un poco más tranquila, abría los mensajes y volvía a llorar. Todos se rieron como si fuera una exageración, pero así fue.
Me costó leer y responder a todas. Les agradecí por confiar en nosotras y les compartí un mensaje de amor propio. ¿Quién soy yo para dar consejos de autoamor si, como ellas, me cuesta entenderlo?
Sus historias no se me hicieron ajenas. Me pasa, como a ellas, que me siento inconforme con lo que soy, aunque seamos todos un logro construido. Me pasa que me comparo, me frustro por momentos. Me pasa, nos pasa, porque estamos desenfocados pensando en la inmediatez de los sueños, en la felicidad vendida, en los triunfos que se publican en Instagram. Nos comparamos y nos destruimos en el momento olvidando nuestros tiempos, nuestros pasos, la conexión con lo que somos y nuestra forma única de ser, de pensar, de sentir, de vivir.
No sería correcto decirles que amen sus estrías, su sobrepeso, sus miedos y sus debilidades porque no sería honesto. No creo que amar forzadamente lo que odiamos sea amor propio. Primero debía probarme. Y en ese proceso entendí que no se trata de amar sino de aceptar, de reinterpretar y trascender. De construir nuestro universo de significados, de abrazar lo que somos.
Somos nuestra única compañía para la vida. Más vale ser nuestro amor de la vida antes que nos hagan el de otra. Más vale ser nuestros que del mundo.