Aplaudo los esfuerzos que todos los sectores productivos están haciendo para mejorar su desempeño ambiental.
Es muy importante entender que el impacto de un producto o servicio no solo ocurre en el momento de ser consumido o disfrutado, sino a lo largo de todo su ciclo de vida. Esto es un esfuerzo grande para disminuir el impacto que tienen las bolsas de plástico a lo largo de este ciclo.
La empresa deberá continuar analizando sus procesos para disminuir los impactos relacionados con otras fases del ciclo de vida de su producto, como el mantenimiento del ganado, las actividades logísticas de recolección de la leche en las fincas, de la distribución del producto y de la recolección de los envases usados, y el consumo de agua y energía para su lavado.
El plástico suele ser un común objetivo de críticas, todas muy merecidas. Sin embargo, no es el único a culpar aquí. Dicho esto, me paso al lado más impopular del asunto.
Un artículo publicado en la revista Science concluye que el transporte y el envase no son la mayor contribución al impacto de los alimentos, por lo menos en términos de emisiones.
Invitan entonces a concentrarnos más en lo que comemos, que de dónde proviene o cómo está empacado. A la leche le va mucho mejor que a la carne, al queso o al chocolate. Sin embargo, es claro que su mayor contribución proviene de los cambios asociados al uso del suelo (deforestación), a la cría y manutención del ganado (emisiones de metano), y al procesamiento (consumo energético).
El cambio de dieta sigue siendo entonces una importante contribución a la lucha contra la crisis ambiental.