Su identidad, desde la infancia, está ligada al baile. Nada menos que su padre, profesor de profesión, fue quien creó la escuela de danza en el colegio de Copacabana donde enseñaba. “Mi papá no se imaginó”, dice Rafael sobre la dimensión del baile en su vida.
Todo comenzó después de esas clases de baile en Copacabana. Con 18 años Rafael se fue para la capital. ¿Por qué Bogotá? Porque allá estaban Totó La Momposina, Esperanza Biohó y el Ballet Nacional. Lo que no estaba, después de tres años de que Rafael lo buscara allí, era una forma de baile que representara las negritudes, alejada del cliché erótico y exótico. “Nos negaban otros items importantes como la historia que hay antes de llegar a América como esclavos y otro montón de preguntas sobre la identidad”, cuenta el bailarín.
¿Y cómo descubrir la identidad que viene desde África? Viajando primero a Francia. La respuesta le llegó a Rafael a través de dos mujeres africanas. En Bogotá había corrido con la suerte de conocer a Germaine Acogny, creadora de la escuela senegalesa Mudra. Ella, al ver su entusiasmo e interés, le recomendó visitarla en Francia para que estudiara en su escuela. Rafael no lo dudó. Unos ahorros más tarde estaba en Toulouse donde Germaine. Pero tal vez ella vio más talento del que esperaba o quiso encaminar al joven bailarín en una ruta especial porque pronto le recomendó irse a París en busca de Irene Tassembedo, la bailarina de Burkina Faso.
“Ahí, con Irene, vi lo que quería hacer” recuerda Rafael. Con ella bailó durante cinco años, aprendió y descubrió pero, sobre todo, vivió sus raíces viajando y estudiando en más de 18 países del continente africano. Este aprendizaje le permitió a Rafael volver a Medellín, cosa que siempre supo que sucedería, con las herramientas para construir un puente entre África y Colombia. Ese puente lo nombró Sankofa.
Sankofa significa regresar a la raíz, en el lenguaje africano Akan. Como filosofía, significa conocer el pasado comprender el presente y avanzar hacia el futuro. Con esa filosofía se integran hoy 20 jóvenes del país para crear y difundir la danza afrocolombiana contemporánea con obras como Pasos en la tierra, que los hizo merecedores de una mención de la Unesco como buenas prácticas de inclusión social afrodescendiente en América Latina; San Pacho Bendito, y La Puerta, una obra sobre Goreé, la isla de los esclavos declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad, por donde cruzaron más de 20 millones de personas desde Senegal hacia América.
Los otros cien
Las becas, los premios y las obras ya son abundantes pero los retos no paran. Uno de esos es enfrentarse al racismo y la realidad de que, por ahora, a Sankofa le va mejor en el extranjero que en su país, aunque Rafael espera que llegue el día en que tengan que negarse a propuestas internacionales porque su agenda esté copada con el público nacional.
“Colombia tiene un alto índice de racismo que hay que empezar a combatir desde la cátedra de estudios afrocolombianos y con proyectos políticos y sociales”, sugiere Palacios. Los estereotipos que existen sobre las negritudes, o aquellos que los excluyen, los vive continuamente. “Todos los días me preguntan que de dónde soy, como si ser antioqueño significara tener un fenotipo específico”.
Por fortuna, la danza, la creatividad y las artes no miran el color de la piel y le permiten a Rafael y su grupo hacer toda suerte de propuestas, como una interpretación coreográfica de la novela Cien años de soledad, titulada Los otros cien años, que llevarán al Festival Iberoamericano de Teatro en Bogotá.
Al oír la música que compuso Paul Dury, basada en la novela del premio Nobel, Rafael supo que algún día la llevaría al escenario. Ese fue el origen de los movimientos, pasos y ritmos de personajes tan recordados como Melquiades y Remedios la bella.