Lo único que tenemos seguro es lo inseguro, las emergencias, las eventualidades, sobre todo cuando como humanos hemos fallado y seguimos fallando en las medidas de prevención y en la proyección del futuro. Al menos es una de las muchas lecciones que dejan sucesos recientes, como el traumatismo ocasionado por un deslizamiento en la ribera del río Medellín y, por supuesto, el colapso de la torre 6 de Space y la consecuente orden de demolición de las otras 5 torres.
Hace 22 años, en 1992, nació en Medellín un organismo que por algún tiempo fue orgullo de la ciudad pues se convirtió en un doliente serio del río Medellín. En sus inicios, el Instituto Mi Río fue ejemplo nacional no solo por su plan para recuperar el río sino por sus programas de generación de empleo, rehabilitación social y defensa del medio ambiente. Con Mi Río, la capital de Antioquia demostraba al país que era viable un desarrollo armónico. A los mandatarios locales de aquella época se les llenaba la boca contando lo que sería el río en unas pocas décadas, gracias al trabajo de Mi Río: navegable, casi cristalino y otra vez se podría pescar en él como en los viejos tiempos, gracias a su futura descontaminación.
Pero con el paso de los años, con este establecimiento público descentralizado del orden municipal pasó lo que pasa con muchas otras entidades: se politizó, perdió su esencia y finalmente desapareció. Y el río quedó al garete, sin entidad responsable, con dolientes a medias que se chutan entre sí la pelota de las responsabilidades. El resultado de esta desidia y carencia de una organización que se apropie de manera seria del presente y el futuro del principal afluente de la ciudad es, entre otras, el deslizamiento en un sector de su ribera oriental entre Medellín y Envigado, hecho que no solo creó un caos en el transporte masivo del Valle de Aburrá sino que se tornó en campanazo de alerta de lo que puede pasar si no se toman medidas oportunas y adecuadas.
Es que con la ciudad y con todo lo que hay y se construye en ella pasa lo mismo que con las casas, muebles, carros y hasta con nuestra salud: se van acabando, deteriorando, sobre todo si no hacemos diagnósticos certeros, mantenimiento, restauraciones, reparaciones y modificaciones. Y ni qué decir de cuando los tratamos “como a violín prestado”, que es lo que hacemos con el río.
Es hora pues de demostrar que lo malo que nos sucede no pasa en vano, que aprendemos de los errores y que estas duras lecciones recientes nos permitirán también dar crédito a otro viejo dicho: “No hay mal que su bien no traiga”.