A casi un año de entrada en vigor de la pandemia ocasionada por el virus del COVID 19, en el país se encuentran los picos más altos de infectados y muertos diarios, hecho que deberá generar una reflexión acerca de los métodos utilizados para conminarla y el fracaso de estos.
Hasta el momento han sido dos las formas de paliar la pandemia: la primera, que nunca ha sido del todo efectiva, es el encierro y el confinamiento, que en el caso de la pandemia motivó un segundo problema, el de la recesión económica y las enfermedades de tipo mental.
La segunda fue recurrir a la tecnología como respuesta a todo; a la prevención del contagio, al seguimiento coercitivo, a la comunicación impersonal a través de plataformas, a las compras virtuales… y así la lista sería larga. Sin embargo, y a pesar de la aplicación a rajatabla de estas medidas, el virus sigue ahí, esperando la llegada y masificación de una vacuna que permita inmunizarnos a todos para poder regresar a la “normalidad”.
Lo anterior es triste y desesperanzador, pues nos muestra qué poco preparados estamos desde la técnica para responder a cualquier problema y, a la vez, qué tan mala es nuestra educación, que terminó premiando a la tecnología sobre la capacidad del hombre de razonar. El problema de la pandemia se podría haber mitigado con procesos educativos que promovieran el autocuidado y la responsabilidad de cada uno con la comunidad, cosas sencillas, que se reducen a no más de 10 acciones que llevan a que el virus no se propague con la velocidad que lo hace hoy en día.
Ojalá que nos queden lecciones aprendidas de este nefasto episodio, pues esta pandemia no será la última que nos toque afrontar, pues, como lo advierte Albert Camus en La Peste, “el bacilo de peste no muere ni desaparece jamás, puede permanecer durante decenios dormida en los muebles, en la ropa que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles”. Ojalá -aunque me temo no será así- la educación y la inteligencia humana terminen saliendo fortalecidas de este proceso, con reflexiones claras sobre cuál es el papel y cuáles son los límites que debe tener la tecnología en el devenir de la Humanidad.
Por: Felipe Jaramillo Vélez
Vicerrector de Extensión Universidad de Medellín