A menos de dos meses de acabarse el año y a escasos 14 meses de que la ciudad tenga un nuevo alcalde, son varias las incertidumbres que se ciernen sobre el presente y el futuro de Medellín. Están alimentadas en parte por esa creciente crisis de credibilidad de los ciudadanos hacia las instituciones, tanto públicas como privadas, fenómeno que se ha acentuado con descalabros de toda índole que han menoscabado, en general, la confianza en todo y en todos.
En estos tiempos, nadie parece creer en la actuación desinteresada de nadie o en su capacidad y buen juicio: suspicacias de toda clase despiertan los distintos proyectos y actuaciones ajenas. Por eso es hoy tan difícil ponerse de acuerdo en torno a obras, estudios o fallos. Pocos se atreven a poner la mano en la candela por alguien o algo, sencillamente porque todo genera sospecha. Sobre cualquier proyecto que se presente o cualquier decisión que se tome, de inmediato saltan las dudas y las voces que se encargan de ensombrecer el panorama: ¿Cuál es el interés real detrás de este fallo? ¿Quién o quiénes están interesados en que tal cosa suceda? ¿Qué hay detrás de tal o cual opinión? Ni siquiera una decisión como la que acaba de tomar el Consejo de Estado para proteger los cerros orientales de Bogotá se escapa a esa desconfianza generalizada: ¿Qué interés real tendrán en que no se construya más en esas laderas? ¿Cómo sería la presión ejercida por los que se beneficiarán con esta sentencia? Pocos creen que haya un interés genuino por la protección ambiental.
El mismo espíritu receloso se percibe sobre proyectos de ciudad en Medellín, como el Parque del Río o el Cinturón Verde. En torno a ellos no hay consenso, como tampoco lo ha habido en los últimos tiempos con la construcción de las obras viales o la implementación de sistemas masivos de transporte. Que cuesta mucha plata, que se comprometen el futuro y varias generaciones, que es inviable, que los estudios están mal hechos, dicen sus detractores; que es lo mejor que le puede pasar a Medellín, que todo se tiene previsto, que nada es improvisado, argumentan sus impulsores. Y en medio de la polémica está el ciudadano del común, incrédulo, y sin el conocimiento de causa suficiente para vislumbrar el fondo de las cosas. Es que con Space, con Interbolsa, con las VIP y otros hechos que ahora se nos escapan, colapsó también la capacidad de ponernos de acuerdo, la capacidad de lograr consensos y de tirar todos para el mismo lado.
Y como telón trasero el cansancio, la creencia de que todo seguirá igual, per sécula seculórum. ¿Cuál es la solución? ¿Un nuevo gobierno? ¿Un nuevo alcalde? ¿Nuevos curadores? ¿El próximo Plan de Ordenamiento Territorial?
Por lo pronto, nos corresponde a todos contribuir a restaurar, con obras y no con buenas razones, la confianza perdida. Quizás así volveremos a creer, a comprar, a invertir y a aportar.