Detrás de sus ojos azulosos y su apariencia de gordo tímido hay un Jesús Ruiz Mantilla cautivador: simpático, amable, cultísimo y con personalidad suficiente hasta para cantar a capela un trozo de zarzuela en un conversatorio con Vivir en El Poblado sobre Historia Española, Literatura Gastronómica y Periodismo Cultural. Nada que ver, sólo satisfacía la caprichosa petición de una asistente al aula múltiple del Parque Explora.
Nació en 1965 en Santander, España. Desde niño era un enamorado de las artes. El cine y la música eran sus pasatiempos preferidos y le robaban horas de estudio, pero, contrario a lo que para entonces pensaban sus padres, no fueron una pérdida de tiempo: sin saberlo, se estaba formando para el futuro, conocimiento que hoy refleja en su trabajo como novelista y periodista. Goza, pues, del escaso privilegio de juntar, en una sola, pasión y vocación. Así lo hace desde hace 22 años como redactor cultural y columnista de El País, de España, palabra mayor, toda vez que una de las directrices de este diario es tener todos los días, mínimo, una noticia cultural en primera página. “Siempre escribimos pensando que los lectores son más inteligentes que nosotros los periodistas, lo que garantiza mantener un excelente nivel”, recalca Ruiz Mantilla, y advierte que el hecho de que sean temas culturales no los exime de obligarse a cautivar a los lectores desde el título. “La cultura tiene que ser entretenida”, enfatiza, por eso no hace distinción entre asuntos culturales y de entretenimiento. En contravía de lo que ocurre en El País, la política estatal española hoy le apunta a lo contrario: al recorte presupuestal para la cultura, para enfrentar –quién creyera– esta época de crisis.
Jesús Ruiz ama las paradojas: por eso le gustó Medellín, ciudad de extremos: la violencia, la cultura, la huella Pablo Escobar, las escuelas de música, el odio, la calidez, todo en uno. “En mi esencia están la paradoja y la contradicción. Escribo por amor y por odio, son fundamentales para escribir, son mi motor”.
Jesús Ruiz Mantilla, Esteban Carlos Mejía y Luz María Montoya
Su rótulo de periodista cultural no lo frena para soltar una andanada de improperios típicos españoles contra los diseñadores y tiendas que solo venden ropa para sílfides. “Joder, me cago en la hostia…”, son apenas sutiles indicios de la indignación que siente ante el desprecio colectivo por las tallas grandes y los que las usan. La catarsis la hizo en Explora, pero también en “Gordo”, novela con la que ganó el premio Sent Soví de literatura gastronómica en 2005. Mediante Monzón, su protagonista, su alter ego, se desquita y satiriza. “Si no hubiera escrito esa novela podía haber sido asesino en serie”, confesaba no hace mucho en una entrevista.
En “Gordo” se evidencia, además, su gusto por la comida. “Es una búsqueda de la sensación del gusto en capítulos que tienen que ver con sabores que me llevaban a la infancia”. Entre ellos la tortilla de patatas, su plato preferido. Y al leer novelas, en uno de los primeros detalles que se fija es en lo que comen en ellas. “Lo que los autores hacen inconscientemente es esencial”, dice. El tema le ha servido para preparar una conferencia sobre la literatura a través de la comida. Una vez más se juntan su pasión y vocación, pues los sabores, al igual que los momentos y sensaciones placenteras, los guarda en la memoria, los degusta y hace uso de ellos en los momentos duros. En ello, piensa, está el secreto de la felicidad.
De lo que más ha escrito es de música. Le encantan Mozart y Chopin, entre otros. De hecho, dos de sus novelas son “Preludio” y “Yo, Farinelli, el capón”, la primera sobre un personaje obsesionado con los 24 preludios del compositor polaco, y la otra sobre el castrato más famoso de todos los tiempos, escrita, de manera arriesgada, en primera persona. Pero se considera hijo del rock, de dos padres distintos y un solo dios verdadero: Lennon, McCartney y Los Beatles, respectivamente. Opina que abrieron camino y cambiaron la historia, y que aunque haya bandas contemporáneas intentando hacer algo nuevo, les es difícil ocultar la influencia del cuarteto inglés.
Muchos hechos, obras y autores han marcado la vida de Jesús Ruiz Mantilla. García Márquez y el torrente narrativo de Cien años de Soledad lo motivaron a escribir literatura, así como otros escritores que expresaban su rebeldía y la rabia contra el mundo que les había tocado vivir. Diez años, por ejemplo, estuvo escribiendo sobre García Lorca. Le produjo fascinación especial esa residencia estudiantil, en Madrid, donde los astros, los dioses o lo que sea que haya sido se conjugaron para que confluyeran, por los mismos días, tres genios de la talla de Dalí, Buñuel y García Lorca. “Son mis obsesiones”, reconoce. Precisamente su primera novela, “Los ojos no ven”, fue sobre Dalí, a quien se acercó para desmitificarlo y terminó convencido de que realmente era un genio, no de la pintura sino del cine y la literatura.
Su libro más reciente es “Ahogada en llamas”, basada en la tragedia del barco Machichaco, ocurrida en su ciudad natal en 1893, y en noviembre publicará “La cáscara amarga”, en la que una vez más mezcla la historia, el periodismo y la literatura.
Ruiz Mantilla se fue de Medellín prendado y con ganas de volver. Entre el tintero se llevó una propuesta para regresar muy pronto para dirigir un taller de periodismo cultural. Así sea.