/ Carolina Zuleta
Tengo dos gatos, Petit y Jolie. Petit es un macho y tiene personalidad de perro. Cada que entro a mi casa me está esperando, le encanta que lo cargue y lo acaricie. Jolie, por el contrario, es una hembra y tiene personalidad de gato, me ignora, no le gusta que la cargue y no juega conmigo. Sin embargo, Jolie tiene cosas que me producen ternura: se persigue la cola y si estoy triste siempre está cerca de mí. A pesar de ser tan diferentes, mi amor es igual por los dos, cada uno a su manera se ha ganado mi corazón.
Lo interesante de convivir con dos gatos tan diferentes es que he aprendido a aceptar y amar a cada una de sus personalidades. Nunca espero que Jolie actúe como Petit, ni que Petit actúe como Jolie. Cada uno tiene aspectos que me fascinan y otros que no me gustan tanto, pero jamás se me ocurre querer cambiarlos o esperar que actúen de una manera diferente… obvio… son gatos, son así y punto.
Es fácil aceptar que los animales sean como son, sin embargo cuando se trata de personas, es otro cuento. Tenemos expectativas sobre la actuación de nuestros amigos o familiares y les reclamamos cuando actúan de una manera diferente. “¿Puedes creer que Fulanito hizo esto o dijo aquello?”, nos quejamos. Tristemente, entre más cercana sea una persona a nosotros más le exigimos y le reclamamos. ¿Por qué?
Creo que no aceptamos a las personas como son porque tenemos miedo a que si no dicen o hacen lo que queremos no podemos ser felices y no podemos estar en paz.
Hace unos días estuve en una conferencia con Marianne Williamson, autora de uno de mis libros favoritos: “Volver al amor”. En su charla habló de un principio que enseña Un Curso de Milagros: En mi indefensión radica mi seguridad. Marianne explicaba que como sentimos miedo actuamos a la defensiva. Permanentemente estamos preocupados por cómo las demás personas nos pueden hacer daño. Y el problema de actuar de una manera defensiva es que realmente no nos defiende sino que nos ataca. Cuando actuamos a la defensiva y tratamos de controlar a quienes nos rodean, esas personas lo reciben como un ataque. Solo piensa cómo te sientes cuando alguien está imponiéndote una manera de actuar. Se siente como un ataque, ¿verdad?
Creo que si queremos tener mejores relaciones y vivir en paz, debemos aceptar a las personas tal y como son. Si aceptamos a los demás no tenemos que estar a la defensiva. Para poder aceptarlos tenemos que entender que nuestra felicidad y nuestra seguridad existen dentro de nosotros y no en ellos. Debemos aprender que no importa lo que el otro haga, la manera como yo me siento sólo depende de mí. Es decir, que cuando no me defiendo, no ataco y por lo tanto estoy seguro o, visto de otra manera, cuando reconozco que mi seguridad yace en mí mismo y no en el mundo exterior, no tengo por qué defenderme.
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