Últimamente he pensado qué tan beneficioso y aplicable sea realizar un completo cambio de enfoque en la manera en la que se manejan la economía, el cuidado del ambiente y la vida social.
En esta búsqueda he tenido conversaciones con una amiga que ha podido conocer una realidad diferente a la nuestra: la de Nueva Zelanda. Este país se diferencia de Colombia no solo porque tiene una economía mucho más estable y próspera, sino que también tiene más libertad de expresión, respeto a las mujeres y a las minorías, menos desigualdad y más seguridad.
Y esta es sólo la punta de lanza de las diferencias que tiene este país con el nuestro. Nueva Zelanda presenta diferencias estructurales que, si bien en algunos casos no es justo comparar, por lo dicho anteriormente, considero que podemos aprender mucho de estas formas de administrar que son cuidadosas y disruptivas.
Quiero hacer referencia a la manera en que ese país está entendiendo el crecimiento económico: para 2020 este país tomó la decisión de dejar de lado el PIB como medición del crecimiento económico y establecer un presupuesto para el bienestar, con el cual se busca dar solución a problemáticas que el país no había solucionado.
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Si bien Nueva Zelanda había logrado crecimientos sostenidos del PIB en el último lustro, cuenta con altas tasas de suicidio, violencia intrafamiliar, indigencia, entre otras situaciones que pueden estar normalizadas en un país como el nuestro. Y es que el PIB ha sido tradicionalmente una medida para dar cuenta de la producción total de bienes y servicios de un país, lo cual es medidor de riqueza, pero no logra describir cómo se reparte la riqueza ni de qué manera se está cuidando el medio ambiente.
Entonces, cansada de no ver cambios en estos asuntos, la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, ha decidido crear un presupuesto del bienestar, el cual tiene cinco ejes prioritarios: salud mental, bienestar infantil, apoyo para los maoríes -raza étnica de Nueva Zelanda-, construir una nación productiva y transformar la economía para buscar la sostenibilidad.
Existen antecedentes de este proyecto: el reino de Bután institucionalizó desde 2008 el índice de felicidad nacional en su constitución con el objetivo de guiar ciertas políticas de su gobierno; y mandatarios de Inglaterra y de Francia han buscado priorizar criterios de bienestar frente a la medición clásica del PIB. Pero Nueva Zelanda nos muestra el ejemplo más disruptivo y que nos presenta un claro cambio de enfoque, el cual creo puede ser beneficioso para nuestras naciones.
Los críticos del proyecto afirman que es pura retórica y que en realidad esta apuesta no generará cambios profundos. Pero por otro lado sus defensores, con quienes estoy de acuerdo, afirman que, si bien puede ser retórica, por algo se comienza, y que es necesario cambiar el discurso para luego cambiar los indicadores que miden el progreso de una nación.
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