Breve fotografía de las personas gobernadas por el orgullo: Las personas orgullosas son los mejores representantes de los “salvadores”: personas que necesitan ser necesitadas, que dan para ser reconocidas, que aman para ser especiales. Personas que destruyen los procesos interiores y exteriores de los otros entrometiéndose para “dar” y “ayudar”. Esta falsa generosidad se sostiene por dos ideas básicas: la primera es la soberbia de saberse especial y elegido, tanto como para no necesitar lo que los otros necesitan y para tener a mano las soluciones que los otros no encuentran. La segunda es una profunda carencia, tan, pero tan rechazada, que se disfraza por una falsa abundancia: los orgullosos no dan; necesitan dar.
También encontramos entre ellos a personas que se consideran o muestran muy eróticas. Pero detrás de su erotismo se encuentra un esclavo de la seducción que esconde un mendigo de amor. Su eterna tragedia es que confunde el hecho de erotizar con su necesidad de amor y que una vez se encuentra con el amor lo rechaza por su incapacidad de recibirlo. La seducción supone no solo una manifestación artificial del amor, sino también una incapacidad de entrega.
En síntesis podemos decir que el orgullo implica una constante exaltación fantasiosa del propio valor o atractivo. Los orgullosos no viven la vida, viven la vida de una imagen a la que cuidan y alimentan: la de ser especial entre los especiales. Galanes, mujeres fatales, reyes y reinas, genios no reconocidos, princesas, avatares, redentores: cualquier disfraz sirve para empaquetar su necesidad de privilegios y de ser el centro de atención.
Los orgullosos esconden detrás de su característica autonomía, independencia y reticencia a recibir de los otros, una profunda necesidad de ser amados. Y en el guión de su vida no existe la realización al margen de un gran amor. Un amor idealizado desde la perspectiva infantil de su herida, que rara vez concuerda con el amor humano de todos los días.
Su torpeza amorosa es sustituida por el deseo de placer y espontaneidad. Estas personas se muestran alegres, hedonistas, entretenidas y empáticas. Muestran una cara alegre, sonriente y espontánea que esconde una profunda tristeza y carencia.
Encontramos entre las personas orgullosas a los ambiciosos con su necesidad de ser reconocidos como memorables, ilustres, importantes, protagonistas. Persiguen una imagen gloriosa. También están los seductores que necesitan sentirse deseados, amados. Persiguen una imagen irresistible. La típica femme fatal con su característica sexualidad devoradora y su atropelladora necesidad de ser deseada.
Y por último encontramos a los adictos al privilegio. Estos seducen desde el comportamiento infantil: muestran la debilidad y la espontaneidad del niño. Tienen el privilegio de ser distintos: no trabajan del todo, la vida los hizo para ser libres, son artistas que nadie entiende en el esplendor de su sensibilidad.
Paradójicamente el mejor remedio para la persona orgullosa es aquello de lo que huye: encontrar su carencia, su profunda envidia, su sentimiento de no merecimiento, las heridas que carga y sobre todo su sed de amor.
A partir de ahí puede empezar una búsqueda más humilde, como nosotros, el resto de los mortales. Tal vez la próxima vez en lugar de salvarte te pida socorro, en lugar de seducirte te ruegue que la escuches y la abraces, o a cambio de exigirte un privilegio te confiese que la vida le da miedo y quiere pagar el costo de la dependencia. Solo en ese momento habrá tocado lo esencial y podrá empezar a darse lo que necesita.
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