/ José Gabriel Baena
El admirable librito Florecillas de San Francisco, que terminó de traducirse a la lengua española el 28 de marzo de 1913, hace justos 100 años, cuenta en su florecilla XXIII la historia de cuando el pobrecillo de Asís fuese a Babilonia a predicar. Babilonia era por entonces tierra de sultanes adictos al Islam, y comprendía las vastas regiones de lo que hoy son Irán e Irak. La traducción se hizo tomando el Códice Florentino del siglo 15. Veamos algunos apartes:
“Francisco, instigado del celo por la fe de Cristo y del deseo del martirio, fue una vez a ultramar con doce santísimos compañeros para dirigirse al sultán de Babilonia. Y como llegaron a un país de sarracenos donde guardaban el paso ciertos hombres crueles, de manera que ningún cristiano que por allí pasase pudiese escapar sin ser muerto, plugo a Dios que no fuesen muertos sino presos, apaleados y conducidos ante el Sultán.
“Y estando ante él Francisco, amaestrado por el Espíritu Santo, predicó muy devotamente de la fe de Cristo, por la que quería ser echado al fuego. De aquí que el Sultán empezó a tenerle gran devoción por la constancia de su fe y el desprecio del mundo que en él veía, pues que siendo pobrísimo, ningún donativo quería recibir de él. Y de aquel día en adelante el Sultán lo oía gustoso y le rogó que frecuentemente viniera a verlo, concediendo generosamente a él y sus compañeros el que pudieran predicar dondequiera que les pluguiese. Y dióles una señal para que no pudieran ser ofendidos por nadie.
“Y después de predicar varios meses consideró Francisco que era la hora de despedirse y fue con sus hermanos ante el Sultán. Y éste le dijo: ‘Francisco, yo de buena gana me convertiría a la fe de Cristo, pero temo hacerlo ahora porque si mis guardias lo supieran nos matarían a ti y a mí con todos tus compañeros, y a fin de que puedas hacer todavía mucho bien y yo despache muchas cosas de gran peso, quiero ahora evitar tu muerte y la mía. Pero enséñame ahora cómo me puedo salvar, que yo estoy preparado para lo que me digas’.
“Y entonces Francisco lo instruyó de que en verdad en poco tiempo le enviaría desde Asís, a donde iba a regresar desde ese día, a dos de sus hermanos. Y cuando estos volvieron al cabo de muchos soles más, el sultán fue convertido y regalado con las consolaciones divinas el día de su muerte. Y cuentan las crónicas además de otra admirable conversión: Cuando Francisco y sus hermanos predicaban por Babilonia, un anochecer Francisco eligió un camino, llegando al cual entró en una posada para descansar. Y había allí una mujer bellísima de cuerpo pero sucia de alma, quien, mísera, lo requirió para pecar de lujuria. Y como San Francisco dijera: ‘Acepto, vamos a la cama’, ella lo llevó al cuarto. Dijo Francisco: ‘Ven conmigo’, y llevóla a un gran fuego que apareció en el medio de aquel cuarto, y con fervor de espíritu desnudóse y echóse en medio de este fuego sobre el suelo ardiente. Y la invita a que vaya y se desnude para yacer con él en aquel hermoso lecho de tales plumas de llamas furiosas. Y permaneciendo así San Francisco durante un rato y como no ardiera ni se chamuscara, atemorizada aquella mala mujer por tal milagro y dolida de corazón, no solamente se arrepintió del pecado sino que además convirtióse a la fe de Cristo, y llegó a ser de tanta santidad que por ella salváronse muchas almas en aquel país”. En alabanza del pobrecillo Francisco, amén”. –(Moderna transcripción de José Gabriel Baena).
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