En el país del CVY (Cómo Voy Yo) no deja de producir cierta emoción el mensaje de humanidad que, con su actitud, el policía Ángel Zúñiga envió a los colombianos, al entregar el arma y negarse a participar en el desalojo de unos ranchos ocupados por familias humildes en el sur de Cali.
Zúñiga nos dio también una lección de lo que es el coraje, puesto que prefirió exponerse al castigo antes que pasar por encima de sus principios, o de su naturaleza de hombre compasivo.
Nos dejó claro que prefería obedecer a su conciencia, antes que cumplir con su deber. A diferencia de lo que vemos a diario, su propósito no era mostrarse ni generar una imagen ante la opinión: es una persona de verdad, es una persona auténtica.
En últimas esto tiene que ver con un dilema que está en la base misma de la tradición occidental. Aunque no se le acusaba de violar ninguna ley en especial, Sócrates fue acusado de corromper a la juventud ateniense al enseñar que la conciencia es soberana y que siempre y en todos los casos se deben obedecer sus dictados.
Los jueces, por su parte, representantes de la ley y el orden, no podían aceptar un principio que conducía a la anarquía y que minaba la existencia misma del Estado. Sócrates, como lo sabemos, no renunció a sus principios: asumió su condena.
Uno esperaría que la ley estuviera lo más cerca posible de lo que manda la conciencia. La ley no podría ir contra natura. Pero desde siempre y en todas partes hay casos en que es lo uno o lo otro. Sin embargo, aquí en el país del CVY, la ley da para todo: para esta cosa o para la contraria, todo depende.
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Y es que en Colombia, país de leyes, si cuentas con poder político o con un abogado inteligente, inescrupuloso y bien conectado con la Fiscalía o el poder judicial, el asunto tiene una buena probabilidad de resolverse en forma favorable. Si el caso es demasiado complicado, tal vez logre que se engavete la investigación o que se dilate el proceso hasta que se venzan los términos. Es lo que vemos con cierta frecuencia.
La ley debe prevalecer, sin duda. Pero cuando la ley es maleable, lo que prevalece es la impunidad. Porque finalmente se imponen el poder y el dinero. Y los damnificados somos todos porque el Estado de Derecho pierde su legitimidad.
Incluso bajo el generoso supuesto de que todos los ciudadanos somos iguales ante la ley, no pueden ser juzgados con el mismo rasero quien ha transgredido la norma para no actuar en contra de su conciencia, y quien lo ha hecho movido por intereses de poder y dinero, que es la regla aquí y en todas partes.
No sé a qué sanción se expone Ángel Zúñiga en estos momentos. Tampoco sé si la aplicación de la norma al interior de la institución Policial permite tener presente la motivación que hubo detrás del hecho: uno esperaría que así sea. Pero independiente de ello, Ángel Zúñiga deja una huella en la luna: merece nuestro respeto.