No por mucho madrugar…
“Antes se esperaba el 7 de diciembre para prender las velas y salir a ver los alumbrados, ahora ya se espera para perderse…”
No terminaba de empezar septiembre y en un almacén de cadena, en El Poblado, un villancico sonaba como música de fondo. No era por equivocación. Tras él sonaron otros y en las estanterías sobresalían los árboles de Navidad, las guirnaldas verdes, rojas, azules, fucsias, doradas y plateadas; los papanoeles y sus trineos cargados de regalos; los pesebres, los pastores, las ovejas, los camellos, el niño Jesús en todos los tamaños y los reyes magos. Un ambiente mágico, sin duda. Lástima que aún faltara un trimestre para diciembre.
Claro está que al despuntar agosto las vitrinas de grandes avenidas, como la 33 y la 43 A, ya ofrecían las luces y demás elementos navideños; en diversas zonas de la ciudad varias bodegas empezaron a exhibir en las aceras atractivos decorados propios de la época decembrina, cuando ni siquiera se habían comenzado a vender los disfraces del Halloween. ¡Y eso sí que es bien extraño! No solo que nos adelantemos en el tiempo sino que una época se salte a otra. Es como salir primero a vacaciones de julio que de Semana Santa, o celebrar el cumpleaños tres meses antes, o sepultarnos antes de tiempo. No en vano un dicho popular, de incuestionable sabiduría, afirma que no por mucho madrugar amanece más temprano.
No se trata de ser aguafiestas, pero consideramos que forzar el inicio de diciembre y empezar a prender los alumbrados desde octubre, así sea de vez en cuando, lejos de contribuir a prolongar el espíritu navideño, lo que logra es restarle magia a una época del año que solía esperarse con ansia e ilusión durante 11 meses.
Adelantar la Navidad disminuye la capacidad de asombro que ese tipo de costumbres exalta; es quitarle a una época especial y determinada su condición de excepcional. Es privar a los rituales de su importancia, sacarlos de contexto, despojarlos de sentido, con cualquier pretexto. Hoy se prenden los alumbrados por la celebración de la Asamblea General del Luci (Lighting Urban Community International), luego por los conciertos de Madonna, después quién sabe por qué, pues este anacronismo empezó a principios del siglo cuando al alcalde de turno le dio por recibir a los asistentes a Colombiatex a finales de enero con los alumbrados prendidos y desde ahí la costumbre se ha venido extendiendo.
Sería interesante saber si se trata de una política pública que pretende que los alumbrados sean parte del paisajismo permanente de Medellín, y, de ser así, si eso es en realidad lo que queremos que nos caracterice y no otros elementos.
Como decía un habitante de El Poblado: “Antes se esperaba el 7 de diciembre para prender las velas y salir a ver los alumbrados, ahora ya se espera para perderse, porque a esa altura ya estamos saturados de tanta Navidad”.