El creciente número de jubilados que prefiere una vida más apacible y con costos más bajos que en Medellín, viene generando la emigración hacia las regiones.
Y no solo al Oriente cercano.
La noche del 11 de marzo de 1811 una turba destruyó 63 telares mecánicos en un pueblo del centro de Inglaterra: fue el comienzo del ludismo, un movimiento surgido como protesta ante el avance tecnológico, causante de los despidos que se venían presentando en los talleres de manufactura textil. Eran los comienzos de la revolución industrial.
Ha corrido mucha agua bajo los puentes. La tecnología se impuso y movió los cimientos de la civilización: el mundo jamás volvió a parecerse a lo que era. Más allá de eliminar puestos de trabajo, la tecnología desde entonces ha modelado el mundo en que vivimos. Y lo sigue haciendo a un ritmo de locura.
Los avances tecnológicos han reducido los costos de producción y han hecho posible que miles de millones de personas accedan a todo tipo de bienes y servicios, lo cual nos ha llevado a unos niveles de consumo insostenibles.
Veamos el caso de Medellín. Lejos está la época en que el carro particular era un lujo al que pocas familias podían acceder. Ahora en el área metropolitana circulan más de 800 mil y más de 1.3 millones de motos. ¿Alguien cree que es sostenible un modelo urbano que agrega cada año más de 40.000 carros y más de 100.000 motos, en una ciudad ya de por sí asfixiada por la contaminación y con un tráfico imposible a todas horas?
Esto puede ser la razón de un fenómeno que comienza a insinuarse y que, si bien aún no configura una tendencia, podría llegar a serlo: la emigración de la ciudad a las regiones. Y no solo a los municipios del Oriente cercano.
El creciente número de personas jubiladas, muchas de las cuales prefieren una vida más apacible y con costos más bajos que en Medellín, pudiera ser un primer factor que contribuiría a la consolidación de ese fenómeno. Pero no solo la población mayor estaría interesada en buscar mejores aires: el impensable desarrollo de las comunicaciones les ha quitado en alguna medida la justificación económica a las grandes aglomeraciones urbanas (cada vez es más innecesaria la presencialidad en la educación universitaria, las reuniones, la oficina o los almacenes).
Aunque en el país no estamos acostumbrados a pensar a largo plazo, estos movimientos espontáneos nos pueden indicar un camino a seguir: diseñar una política que haga de Antioquia un departamento de pequeñas ciudades, planeadas para potenciar la vocación económica de cada región, insertadas al país con buenas vías y dotadas de la infraestructura necesaria para el desarrollo social y humano. Para que el futuro no nos coja nuevamente de sorpresa.