¡Larga vida a la ciencia, a quienes la hacen y a quienes nos la cuentan!
Y también grito a viva voz: “¡que vivan las #MujeresEnCiencia!
“¡Eureka!”, gritó Arquímedes hace 2000 años, cuando, al meterse dentro de su “bañera”, se le prendió el bombillo sobre cómo medir el volumen de objetos irregulares.
Hoy en día, quienes son o hemos sido científicos, aún queremos gritar esta misma palabra cada vez que algo nos sale bien (sea un experimento que llevábamos meses intentando y por fin funcionó, sea que descubrimos algo nuevo, sea que encontramos una manera más eficiente de hacer un proceso), ya que la ciencia puede ser lo más frustrante del mundo (para obtener resultados satisfactorios en sus investigaciones, los científicos pueden demorarse hasta toda una vida)… sin embargo, también puede ser de lo más hermoso.
Desde hace miles de años, los seres humanos hemos hecho ciencia, incluso sin saberlo; por ejemplo, observando los fenómenos de la naturaleza o del universo, y buscando la manera de entender el porqué de estos. Hacernos preguntas, una característica netamente humana (hasta donde sabemos), nos ha permitido profundizar en el conocimiento de nuestro entorno y de nosotros mismos. De hecho, si no nos preguntáramos cosas, no existiría la ciencia y esta no sería uno de los principales mecanismos utilizados por la humanidad para entender el mundo y comprenderse a sí misma.
El carácter colectivo de la capacidad de cuestionar le ha otorgado a la ciencia dos cualidades en las que, desde mi punto de vista, radica gran parte de su belleza: (i) ser capaz de generar equidad, inclusión y participación ciudadana, y (ii) ser dinámica y no estática. Si la ciencia, y por lo tanto el conocimiento, fueran absolutos (como se cree de manera muy extendida), entonces todavía creeríamos que la Tierra es plana, que el Sol es el centro del universo, o que las mujeres nacimos de una costilla.
La ciencia puede jugar un rol fundamental en la evolución hacia una sociedad con menos dogmas y fanatismos. Además, junto con la cultura, pienso yo, es la que nos ha permitido avanzar como humanidad y alcanzar logros inimaginables (por ejemplo, llegar a la Luna o secuenciar el genoma de varias especies – incluida la nuestra).
Por todo lo anterior: ¡larga vida a la ciencia, a quienes la hacen y a quienes nos la cuentan! Y también grito a viva voz: “¡que vivan las #MujeresEnCiencia!”.
P.D: el 11 de febrero fue el Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Aún hoy, donde tanto hablamos de igualdad y equidad de género, las mujeres solo sumamos el 30 % del gremio científico en el mundo; no porque no nos guste hacer ciencia, sino porque muchas niñas todavía creen que no pueden ser científicas. Voilà.