¡Los koalas, los pobres koalas de Australia!, fue el lamento del inicio de año, como en otros tiempos las crisis fueron el incendio en Amazonas o las inundaciones en India.
Es grave, pero es lejos de Medellín, diría alguien. Y si es lejos, seguiría, no me compromete. Y no me obliga a tomar acciones. “Cada tragedia nos toca, pero se nos olvida pronto”, señala Santiago Mejía, PhD en gestión e ingeniería ambiental y un convencido de las microrrevoluciones: “no tengo la madera para ser un líder de masas y cambiar millones de vidas; tengo el poder de cambiar una, dos o tres, de cuidar un animal que lo necesita, o de sembrar un árbol para que los hijos de mis hijos jueguen bajo su sombra”, dice.
Desde su casa en Medellín, cree que se puede aportar al cambio, con un estilo de vida en modo sostenibilidad. Antes “pensaba que los problemas eran de otros”, pero cambió de chip y ahora se siente responsable de que tengamos un planeta mejor, sin importar la escala de la contribución. Las acciones individuales suman: en la semana usar el carro, aunque sea, un día menos y viajar en transporte público o caminando o en bicicleta; reducir el consumo de carnes y de lácteos o de importados desde muy lejos; manejar nuestros residuos.
Plantea como urgente “pedirles cuentas a los gobernantes en términos ambientales. Ir a trabajar, pagar las deudas, ver a los hijos: esa es la preocupación. Hacer más por el planeta”.
Entre los koalas y la casa de cada uno hay una distancia más cercana de la imaginada.