Por: Schneur Zalman Ben-Chaim
En cada esquina, a cada paso, la vida nos pone un reto, algunos pasan inadvertidos y solo luego de que los hemos vivido nos damos cuenta de que con ellos habríamos podido hacer mucho más (como cuando discutimos con alguien y solo un rato después de que todo pasó se nos ocurre lo que debería haber sido la respuesta correcta para el momento), mientras que otros son altamente retadores y sacuden nuestra cotidianidad buscando que podamos descubrir algo más que una simple solución.
Yo no soy del tipo de persona a quien le gusta ver la vida desde una óptica cómoda pensando que todo cae del cielo; o simplista como quienes creen que solo su punto de vista es válido, valioso y real. Soy fan de lo sencillo, de aquello que se hace con pureza y claridad desde la intención hasta la ejecución, de no complicar las cosas más de lo que ya son, y de tratar de ver el panorama completo de cada situación en vez de enfrascarme en lo evidente (y muchas veces urgente), para tratar de ir un poquito más allá.
Por eso a la hora de pensar en los retos que nos presenta la vida, quise pensar si existe alguna forma de categorizarlos, de manera que nos resultara más sencillo identificarlos y afrontarlos, o tratar de solucionarlos y superarlos. Y quiero compartir contigo mi conclusión, que no es más que mi opinión por lo que me encantaría conocer la tuya también.
De los múltiples retos que se nos presentan, creo que existe una manera de agrupar la gran mayoría de ellos en un gran y único reto: ser consecuentes entre lo que pensamos, sentimos, decimos y hacemos. No es fácil, nada fácil a decir verdad, pero jamás será necesario que las cosas sean fáciles, con que sean posibles es suficiente.
Asumir este reto de ser consecuentes, es lo único que puede garantizar que seamos personas completamente auténticas, y que podamos desarrollar todo nuestro potencial; de lo contrario, no seremos más que una fachada, una máscara de algo que pretendemos, pero no alcanzamos. Si no buscamos ser consecuentes, no seremos más que forma sin fondo, y mientras creemos estar mostrándole algo bueno a los demás, solo estaremos siendo hipócritas con nosotros mismos, engañándonos y distrayendo todo lo que somos, alejándonos de lo que podríamos llegar a ser.
Cuando lo que deberíamos hacer es alejarnos de aquello que no queremos ser, que nos causa dolor o nos lastima y bloquea, porque al no hacerlo, además de engañarnos a nosotros mismos, nos hace cómplices de nuestro dolor y sufrimiento; lo que no sume que no reste y si no tomamos acción frente a cada cosa que vivimos, nadie lo hará, nada lo solucionará y no habrá forma de que podamos ser coherentes en verdad.
Alinear lo que pensamos con lo que sentimos, nos permite evaluar cada acción, pensamiento y reacción de forma tal que sea coherente con lo que nosotros somos, no con lo que el entorno pretenda que deba ser; estas dos con lo que decimos, nos ayuda a tener un doble filtro antes de hablar, para que nuestras palabras sean siempre certeras, claras, transparentes y ajustadas a lo que en ese momento conocemos como real; y si por último lo atamos con lo que hacemos, podremos estar seguros de que actuamos en justicia y con honestidad desde lo que en ese instante es nuestro conocimiento y nuestra verdad.
Insisto, no es un reto fácil, pero tampoco es imposible, y más allá del grado de dificultad, deberíamos fijarnos en el alto grado de satisfacción que genera poder verte al espejo y saber que estás haciendo todo lo que está a tu alcance para ser una persona íntegra, una persona coherente, para ser en verdad una buena persona, porque es ese nuestro gran reto de nuestra vida: vernos día a día y sentirnos orgullosos de aquella persona que vemos, no porque nuestro ego o nuestro orgullo lo diga, sino porque nuestra alma está tranquila, nuestra conciencia en paz y nuestra mente enfocada en ser mejores que ayer y vivir en consecuencia a lo que somos, y a nuestros sueños.