Escribir es impulso irreprimible. Es como si entrara en otro mundo; un mundo fantástico donde las fronteras de la razón se difuminan para dar paso a una “ensoñación consciente”.
Aromática de limoncillo (orgánico, of course), pijama puesta y una página en blanco… Esta soy yo una noche de lunes de septiembre, con el corazón saltando de la dicha, porque, ¡voy a volver a escribir! Por fin, después de varios meses que me parecieron cientos, me vuelvo a sentar conmigo, con las palabras. ¡Cómo he extrañado la acción de escribir! ¡Cómo he extrañado esta emoción que se siente al estar frente a una hoja en blanco (así sea una “hoja” en el computador), teniendo el único objetivo de dejar que las letras vayan apareciendo!
Se me es difícil explicar lo que siento cuando escribo… Para mí, en muchas ocasiones, es un impulso irreprimible. Es como si entrara en otro mundo; un mundo fantástico -irreal, y al mismo tiempo, manifiesto- donde las fronteras de la razón se difuminan para dar paso a una “ensoñación consciente”, en la que las palabras y su forma de andar juntas por la hoja se prenden y apagan ante mí, cual luciérnagas. No puedo explicar de dónde vienen -las palabras-, y tampoco cómo llegan. Solo sé que aparecen, en una especie de flujo subyacente a la consciencia.
¿De dónde viene el deseo (inherente, para muchos) de escribir? ¿Qué significado ha tenido la escritura para la humanidad? Según José Antonio Marina y Javier Rambaud en su libro Biografía de la humanidad, la escritura supuso un ‘salto evolutivo’ para el Homo sapiens y fue el resultado de nuestra capacidad de interpretar la realidad mediante símbolos. Así, al principio nuestros antepasados escribían otorgando un signo a cada objeto; luego, los signos pasaron a representar sonidos silábicos; finalmente, cada signo pasó a representar letras.
Estos tres tipos de escritura (la pictográfica, la silábica y la alfabética) nos permitieron ampliar nuestra memoria, fomentaron la comunicación entre pueblos y facilitaron la transmisión de historias. Y pienso que es precisamente de esto último, de donde se desprende nuestro impulso creativo de escribir: somos, por naturaleza, una especie contadora de historias… Hablamos de lo que vemos, de lo que sentimos, de lo que pensamos, de lo que imaginamos, y esto nos ha llevado a crear los relatos e historias más bonitas del mundo.
Sin esta pasión por narrar, ¿cómo, si no, hubiéramos podido producir obras literarias tan grandiosas como las que hoy conocemos? Por eso, a lo expuesto por los profesores Marina y Rambaud, yo le añadiría: la escritura le da belleza al mundo. Y el mundo le da belleza a la escritura.