Un enamorado del hacer
Por estos días las esculturas de este artista antioqueño se exhiben en la sala de arte de Suramericana
“He sido un luchador, muy trabajador”. Así se define este escultor que a los tres años ya daba muestras de tesón: se levantaba a las tres y media de la madrugada en la finca de sus padres, en La Estrella, a ordeñar vacas y a sembrar la huerta con pala y azadón. Ya en el colegio, lo primero que hacía al salir a vacaciones era volver a la finca a retomar su vieja rutina. Todos los días a las cinco de la mañana bajaba los productos a lomo del mulo Tarzán para vender en la plaza del pueblo. “Quise ser mayordomo”, confiesa Ricardo Cárdenas en su taller del edificio 5G, en Provenza, donde, a propósito, es posible para un tintero consumado tomarse el mejor de los cafés. Esto, gracias a que es un estricto catador informal, y tras probar todas y cada una de las categorías de café gourmet vendidas y por vender, seleccionó una de Valparaíso, bebida de dioses.
Como incluso adolescente seguía soñando con la vida de campo, se presentó y pasó a Agronomía, en la Zamorano, pero tras el oportuno y contundente interrogante: “¿para qué?”, decidió atender otra de sus latencias: construir. Optó entonces por Ingeniería Civil, en la EIA.
Era, además, un pintor nato. “Desde niño siempre estaba dibujando, con una bolsa de colores y un cuaderno en la mano”. A los cinco años empezó a estudiar dibujo en Bellas Artes y más tarde continuó en la academia de Libe de Zulategui, hasta los 23 años, cuando terminó ingeniería.
Ahora, como escultor reconocido, los bosquejos previos son fundamentales en sus obras. Precisamente, en su exposición actual en la sala de arte de Suramericana, está al alcance de los visitantes una libreta con los borradores en lápiz de las esculturas expuestas.
Ricardo Cárdenas se sale del molde del artista tradicional. O al menos del estereotipo. No es rumbero, no es bohemio, tiene pinta de ejecutivo –de hecho, es ejecutivo de una compañía norteamericana- y no sufre de arrebatos temperamentales. Es lo que se dice “un tipo querido, muy amable, todo un bacán”, como lo define alguien muy cercano al arte y a los artistas de Medellín. “Manejo esto (ser artista) como una actividad formal, normal, y mi vida es igual”, dice mientras intenta ensamblar una pieza metálica con uno de sus ayudantes. No está exento, claro, de una buena dosis de soñador, faceta que no solo le permite crear sino que le propició gozarse al máximo su primer trabajo formal y primera experiencia con las tres dimensiones. Era el año 89 y acababa de terminar su carrera. “Era una época de crisis, en el país no se movía un ladrillo y me ofrecieron trabajar en el taller de efectos especiales de Álvaro Villa, en Estados Unidos, y me fui. Hacía modelos, ojos y manos de muñecos y trabajaba con una manada de locos entre escultores, pintores, sastres y expertos en robótica. Fui feliz”. Al expirar su visa de trabajo, ingresó a estudiar Ingeniería de Manufacturas en la Universidad de Massachusetts.
Cuando regresó a Medellín se empleó como auxiliar de ingeniería en Imusa. Su sentido estético seguía latente y dedicaba las horas libres a decorar ollas y sartenes. Quedaban tan bonitas que algunas fueron expuestas en una feria internacional en Bogotá y desaparecieron del stand. Para Cárdenas, la víctima, fue un robo honroso.
Pero a pesar de ser un trabajador incansable, es, siempre ha sido, alérgico a los horarios. Por eso renunció a Imusa y posteriormente a una compañía de manufacturas donde era un alto ejecutivo. Se asoció a una empresa de galvanizados y se dedicó a investigar y a tratar de descifrar un lenguaje constructivo, a explorar con estructuras, nidos, bosques, puntos y manglares. Por fin era el dueño de su tiempo.
La primera exposición la hizo en 2005 en la Cámara de Comercio de Medellín. Desde entonces ha estado inmerso en un proceso constante de depuración de su obra. Agradece el apoyo y las críticas demoledoras pero constructivas de amigos como el curador y galerista Alberto Sierra y los artistas Hugo Zapata, Luis Fernando Peláez y Rodrigo Callejas, a quienes responsabiliza de buena parte de su crecimiento artístico. “Lo único que me preocupa de cualquier crítica es que se le quiten a uno las ganas de volver al taller. Y eso no me ha pasado”.
Le encanta trabajar en vivo, tal y como lo hizo en Manglar, su obra más visible en Medellín, en la sede principal de Bancolombia. Pronto lo hará de nuevo, cuando empiece la construcción de una nueva escultura, en Suramericana, en medio de los transeúntes.
Con 46 años, Ricardo Cárdenas sigue haciendo lo que más le gusta hacer: hacer, y de esa actividad no se escapa una huerta con nabos y cebollas, donde a pequeña escala cumple aquel sueño infantil de ser mayordomo.