El 15 de agosto disfruté la inauguración del Túnel de Oriente. Confieso que sentí inmenso orgullo y hasta asomo de lágrimas cuando entonaron el glorioso himno de la tierra en homenaje a quienes, con su esfuerzo, hicieron posible este anhelo. Evoqué con emoción la hazaña que significó la construcción del Túnel de la Quiebra y levanté mis ojos al cielo para agradecer a los pioneros que con su valentía nos permitieron abrir al mundo esta región inmersa en un nudo de altas montañas, a través del río Magdalena.
Es una oportunidad preciosa para reivindicar el orgullo por nuestra tierra, por nuestra raza altiva y emprendedora; momento propicio para sentirnos profundamente orgullosos de lo que somos como región y de los logros que ha obtenido a través de los años, con esfuerzo y empeño, ante situaciones muy adversas.
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Es también un oportuno momento de reflexión, para evaluar la desaparición de valores sufrida durante los últimos años: perdimos unos ideales de conducta y permitimos que el tener sea más importante que el saber y que el ser. Tomamos modelos falsos, en buena medida derivados de la cultura del narcotráfico, en los cuales el dinero fácil se ha convertido en principio rector del actuar. Ser rico, tener bienes y mujeres se convirtió en un logro por obtener a toda costa, sin importar el precio que debamos pagar, sin pensar un minuto si lo que hacemos para lograrlo sea lícito, conveniente, responsable y ético. La obtención del resultado justifica cualquier proceder; una cultura del facilismo y del hedonismo que da escalofrío.
Los comentarios escuchados con motivo de la puesta en marcha del túnel, generalizados y muy positivos, singularmente positivos sobre el cumplimiento en calidad, presupuesto y plazos por parte del grupo de ingenieros contratistas de esta obra, deben obligarnos a repensar como sociedad, unos modelos de conducta que adoptamos de manera equivocada, con los cuales buscamos el provecho propio por encima del interés de la sociedad. Se han trastornado los objetivos y procuramos primero el cómo me beneficio yo, antes que responder con el máximo esfuerzo por cumplir con lo contratado, para entregar de manera oportuna, eficiente y clara la obra encargada a nuestra ejecución, trátese de la obra que sea.
Importa más mi provecho, la coima que percibiré, que el beneficio para la empresa en la cual laboro, que el beneficio para la sociedad. No nos da el menor asomo de sonrojo el pedir “propinas o dádivas” (para no llamarlas por su verdadero nombre) sin haber lugar a ellas, en vez de buscar la razón de nuestra presencia en una organización, el trabajo que tenemos a nuestro encargo y las responsabilidades detrás de este.
Traigamos a la mente y mantengámoslo vivo por hoy por siempre, el recuerdo de nuestros padres y abuelos, que prefirieron vivir modestamente y morir pobres, pero que siempre pudieron levantar su cara y respirar tranquilos en cualquier ambiente, pues sus conductas fueron siempre intachables, transparentes.
En honor de nuestros gloriosos antepasados honremos la palabra colocando el cumplimiento y la honradez por encima de todo. Fuera los avivatos; abajo los “avispados” que se aprovechan de los decentes y de los débiles. Guerra a las trampas por simples que sean. No admitamos la práctica de las declaraciones falsas y amañadas. Es obligatorio adoptar conductas y comportamientos que permitan que nuestros hijos se sientan orgullosos sus padres y que no tengan que colocarse anteojos y maquillajes para evadir el encuentro con amigos y familiares. ¡Honestidad carajo!
Celebremos con inmenso orgullo la inauguración de esta obra ejemplar para Colombia y el mundo y convirtamos este feliz momento en un punto de inflexión cuando las coimas, la irresponsabilidad, la pérdida de los valores y la ética elástica se han vuelto modelos del comportamiento en los negocios entre particulares y con el Estado.
Por: Francisco Ochoa O.