Erróneamente, muchos creen que la adicción a los inhalantes pertenece solo a la películas o a los habitantes de calle
Para Juan Pablo* se trata de una realidad mucho más cercana. De los 19 años que tiene, siete se han visto trastornados por el consumo de drogas. A los 13 años, con un amigo del colegio, inhaló pegante por primera vez. En ese momento empezó un viaje alucinógeno que terminó siete años después en un centro de rehabilitación.
“Los inhalantes o inhalables en Medellín han aparecido en poblaciones escolares, universitarias y profesionales. Antes se creía que eran consumidos por personas en situación de calle, pero el panorama se ha dirigido a todo tipo de población y de estratos”, asegura el médico toxicólogo Hugo Gallego. Según el experto, se trata de un grupo de sustancias que incluyen: hidrocarburos volátiles, alquil nitratos y óxido nitrosos. Su uso recreativo consiste en la inhalación deliberada de vapores, con el propósito de cambiar el estado de consciencia. Aunque muchos productos pueden ser inhalados con este fin, el Sacol, el Dick y el Popper son los más utilizados.
Juan Pablo empezó a inhalar Sacol una vez al mes y terminó convirtiéndolo en una actividad diaria. Escondía las botellas debajo del buso del uniforme del colegio o se iba para el baño a inhalar. Una botella pequeña del pegante, de 2,500 pesos, compartida con otros, le duraba dos días. Cuando se acababa, lo revivía agregándole Varsol. En ocasiones llevaba el Sacol en bolsa para realizar una práctica conocida como el “sube y baja”, en la que se reinhala el aire exhalado para agregar monóxido de carbono a la inhalación.
El Sacol es uno de los hidrocarburos volátiles. En estos, los efectos sobre el sistema nervioso central son euforia y alucinaciones (visuales y auditivas), dolor de cabeza y mareos. “A medida que la toxicidad progresa, los pacientes pueden desarrollar trastornos del habla, confusión, temblores y debilidad”, dice el toxicólogo Gallego. Es usual ver a estas personas con caminar tambaleante, letargo y convulsiones. Otras consecuencias pueden ser falta de atención, apatía y problemas de memoria. Su consumo crónico puede desarrollar leucoencefalopatía, caracterizada por demencia, trastorno de los movimientos oculares y pérdida del olfato.
Juan Pablo recuerda un día en que estando con sus amigos junto a un río, uno de ellos se cayó al agua. “Debido a la traba en la que estábamos no fuimos capaces de sacarlo y nos fuimos. Él después apareció vivo”, dice el joven. “Uno se vuelve arrastrado y gaminoso, se pone ropa mala porque sabe que en los viajes el Sacol se cae de la mano y la daña. Uno busca esquinas y puentes para no caerse por ahí”.
Pero las complicaciones por inhalables pueden llegar a ser más severas. Según Hugo Gallego se pueden presentar arritmias por la cardiotoxicidad y resultar en lo que se conoce como “muerte súbita del inhalador”.
En otras drogas
Verse en un estado tan deplorable llevó a Juan Pablo a dejar de inhalar pegante después de dos años, pero la necesidad de estar trabado en el colegio, y la moda del Dick, no dejó que se alejara del todo. Así empezó a experimentar con cocaína, marihuana y alcohol, pero sobre todo con el cloruro de metileno o diclorometano (Dick). “Eso lo venden en todas las tiendas de químicos. Una botella que dura un mes vale 4.000 pesos.” cuenta Juan Pablo.
El Dick es un líquido incoloro y volátil, con un leve aroma dulce. Se usa como solvente industrial y para eliminar pintura o limpiar las partes de un computador. También puede encontrarse en algunos aerosoles y pesticidas. “Es usado por la juventud para experimentar sensaciones alucinógenas de 30 segundos”, explica el toxicólogo Gallego.
La adicción de Juan Pablo al Dick duró un año. Cursando el décimo grado empezó a asistir a fiestas y rumbas donde había Popper. “Este es el nombre para un tipo de inhalante que contiene varias formas de nitrito de alquilo. Es un líquido incoloro y sus consumidores creen que aumentan el placer sexual”, explica Gallego. Juan Pablo, quien lo utilizaba en relaciones sexuales con mujeres, cuenta que perdía el control durante cinco segundos. Dice que existe un nuevo Súper Popper que es más concentrado y dura más tiempo.
En esas mismas fiestas de Popper, Juan Pablo descubrió las anfetaminas y las metanfetaminas. Estas son drogas sintéticas producidas en laboratorios y no hacen parte de los inhalantes, sin embargo la conducta del adicto a los inhalantes puede llevarlo a inhalar desde una aspirina hasta una metanfetamina en polvo. Las anfetaminas fueron la última suma a su poliadicción.
La madre de Juan Pablo sabía que su hijo tenía problemas de drogas. Años atrás había encontrado la ropa manchada de Sacol y tarros de Popper en su cuarto. Pero con las anfetaminas la gravedad del asunto era contundente. Juan Pablo se iba de la casa durante días. Ella no volvió a darle dinero.
“Cuando uno no es adicto nunca tiene plata y cuando es adicto siempre encuentra la forma de conseguirla”, dice. A un consumidor una anfetamina puede costarle 15 mil pesos, un tarro de Popper entre 20 y 25 mil pesos, y un gramo de metanfetamina entre 40 y 50 mil pesos. A Juan Pablo, amigo y conocido de creadores e importadores de drogas, le costaban la mitad, o menos si compraba más unidades.
Su más reciente “acto de desaparición” fue hace poco más de un mes. Se fue de parranda durante tres días. En ese tiempo consumió licor, Popper, anfetaminas y metanfetaminas sin parar; se encontró en medio de una pelea en donde casi apuñala a una persona y donde él casi pierde la vida. Sin dinero y sin ánimos de regresar a su casa, buscó alojamiento en la casa de sus amigos pero ninguno quiso ayudarle. Esa tercera noche llamó a su madre en medio de la crisis que produce el bajón de las metanfetaminas (taquicardia, depresión y paranoia). “Le dije a mi mamá que tenía un monstruo adentro y que por favor me sacara de las calles”, cuenta Juan Pablo. Después de varias conversaciones aceptó ingresar al centro de rehabilitación donde hoy se encuentra. En su proceso de abstinencia ha padecido excesivos temblores, ritmo cardíaco acelerado, espasmos musculares, depresión, nervios y paranoia.
En 2007, según datos de Carisma (Centro de Atención en Salud Mental de Antioquia), 7.7 de cada 100 jóvenes escolarizados en Medellín había consumido inhalantes. Según la misma investigación, el consumo empieza entre los 5 y los 18 años, y la edad de inicio más frecuente es a los 14 años.
*Nombre cambiado por solicitud del entrevistado