El episodio de la bandera arcoíris exige reflexiones. No hay símbolos patrios sin sentido de ciudadanía. La bandera del departamento debería tener por asta la convivencia, la aceptación, la empatía, la solución de conflictos sin insulto ni puñal.
Estallamos, una vez más, ahora por cuenta de una bandera izada y luego rota a puñaladas: la bandera LGBTIQ, que ondeó desde el jueves 27 de junio en el cerro Nutibara y fue bajada el sábado 29 a las malas, a las peores, sin dar lugar al diálogo ni a la razón.
Estallamos. Ya hecha trizas la bandera arcoíris, se desencadenó un intercambio de insultos que muestran que como sociedad estamos siempre listos para la polarización con matoneo. Para rasgar oportunidades de armonía.
La bandera multicolor fue creada por el estadounidense y activista por los derechos civiles, Gilbert Baker. “El arcoíris es parte de la naturaleza y debes estar en el lugar adecuado para poderlo ver”, dijo.
Alguien tuvo el corazón para escribir que LGBTIQ “no es una condición, es una peste”; otro añadió “vuelvan a su clóset”; uno más planteó que haber izado la bandera “es hacer ver su desorden hormonal como una opción de vida”. Y otro: “Quitar una bandera para poner otra es un acto de guerra”.
Y estallaron las réplicas: “Veo mucho viejito justificando la salvajada del hampón ese. Pero el lado bueno es que como viejitos que son, el inexorable paso del tiempo se los está llevando”, escribió otro usuario. Y hubo quien se anotó con “si estos marihuaneros vuelven y la quitan (la bandera) les echamos los de la moto”.
En pleno caos, el alcalde Federico Gutiérrez expresó su “profunda indignación” y calificó el acto contra la bandera como de “violencia, odio y discriminación”. Y también tuvo lo suyo: “Necesitamos una demanda al alcalde por este acto”, posteó otro ciudadano.
La bandera arcoíris volvió a izarse y el fuego se apagó -hasta que estalle otro-, pero ese episodio exige reflexiones como sociedad. No hay símbolos patrios sin sentido de ciudadanía, la bandera del departamento debe tener por asta la convivencia, la aceptación, la empatía, el conflicto sin insulto ni puñal.
Más que una bandera, ondeó un espejo donde se refleja la sociedad que por acción, por conveniencia o por indiferencia venimos construyendo. Un reflejo de ira, intolerancia, desesperanza, miedo, estigmatización.
Un espejo donde no hay compasión: el deseo de ser útil para aliviar el sufrimiento de otra persona. No por “peste” sino por discriminación. Ni empatía: entender cómo se sienten los demás ante las dificultades y aceptarlos sin juicio ni crítica. Y refleja la equivocada exigencia de que la sociedad solo puede tener lugar para quienes piensan a imagen y semejanza.
El espejo de una sociedad que olvidó que debatir es necesario y que hacerlo sin destrucción ya se va volviendo urgente.