Santiago Carvajal cambió la repostería por el activismo en asuntos de género. Su sueño es que la aceptación de esta población crezca para que su trabajo sea obsoleto.
Santiago Carvajal empezó su vida laboral entre harina, mantequilla y azúcar. Había estudiado cocina en la Colegiatura Colombiana y ese era su plan de vida. Pero una cosa es la que uno piensa, otra la que el destino quiere.
En 2013, cuando se vencía el plazo para que el Congreso legislara sobre el matrimonio gay, Santiago se empezó a preocupar más de la cuenta. “Quería hacer algo, que eso no pasara desapercibido”.
Una noche de poco sueño tomó la decisión y creó Es Igual, un proyecto que buscaba generar una voz de reflexión sobre el matrimonio de parejas del mismo sexo. Su repostería fue punto de encuentro y el trabajo tuvo sus frutos cuando los medios de comunicación empezaron a visibilizarlo.
“Pero yo no sabía nada, era un ciudadano que quería ser escuchado”. Poco a poco el repostero se convirtió en activista. “Tuve la oportunidad de acompañar a Sergio Estrada, abogado que estuvo detrás de la demanda con la que se aprobó la adopción gay”. Y así entendió que el derecho no es algo frío, sino que puede luchar por los derechos de las personas. Cambió la repostería por la abogacía.
Fue natural que FAUDS (Familiares y Amigos Unidos por la Diversidad Sexual) llegara a su vida: buscando respuestas para sus inquietudes encontró a Gloria Ruiz, fundadora de esta iniciativa. Junto a Pablo Correa, otro amigo, se apropió de algo que Gloria siempre había querido hacer: un grupo de apoyo.
Los últimos sábados de cada mes se reúnen con padres que buscan entender cómo afrontar el tener un hijo o una hija gay. En 2018, 300 personas asistieron a las diez reuniones. “Es bonito ver cómo con el paso del tiempo, las relaciones entre padres e hijos cambian para bien”. Con el grupo, llegaron mamás dispuestas a ayudar, a convertirse en apoyo y a mejorar entornos.
Y aparecieron otras áreas de trabajo, como los encuentros personalizados. También hay formación en colegios, “no con los estudiantes, porque ya ellos no tienen prejuicios; sí con directivas, profesores y padres, que son los llamados a no permitir el acoso”.
Todo parte de la empatía, de reconocer al otro como un igual, “y si eso no funciona, es importante que se conozca que existe un marco legal”, cierra Santiago.
Por: Juan Pablo Tettay De Fex / [email protected]