En 2016, conocí a una pareja de noruegos que recién había comprado una casa Rionegro, con planes de mudarse permanente a ella junto a sus hijos en menos de 5 años. Amigos de unos amigos, los noruegos quedaron tan encantados con Medellín y Colombia desde su primera visita que decidieron volverla el destino de sus planes de vida a largo plazo, a pesar de no tener ningún tipo de vínculo familiar con personas de la región.
Por: David González
Un poco extrañados, mi familia y yo les preguntamos por los motivos que los habían llevado a cambiar un país con la reputación y calidad de vida de Noruega por uno como Colombia, que en apariencia posee muchos más problemas. Su respuesta, para nuestra sorpresa, era sencilla: la inseguridad. Los atentados terroristas que habían atormentado Europa en los últimos años los habían llevado a valorar más la seguridad que tenían en Medellín, a pesar de su violenta historia, que la que tenían en su país natal, donde la posibilidad de ser víctimas de un atentado en el momento más inesperado los aterrorizaba inmensamente.
Sus motivos me parecieron exagerados. Al encontrarse en ese nivel de temor, los noruegos no hacían nada distinto que ayudar a cumplir los objetivos de estos mismos terroristas: tener a toda la población sintiéndose amenazada, a pesar de la que probabilidad real de verse involucrado en un atentado es prácticamente nula.
Sin embargo, al mismo tiempo tenía razones para entenderlos: salvado por unos pocos días, hace unos meses había estado cerca de la posibilidad de verme involucrado en una situación exactamente igual a la que ellos temían.
La influencia ideológica de ISIS ocasionó una disparada en los atentados terroristas en Europa a partir de 2015, cuyo cubrimiento sensacionalista por parte de muchos medios de comunicación y difusión por redes sociales provocó una gran sensación de inseguridad en los países afectados por estos eventos.
El primero de estos atentados con un carácter mediático verdaderamente global fue el llevado a cabo contra el diario satírico Charlie Hebdo el 7 de enero de 2015, en el que terroristas árabes atacaron a tiros su sede París, dejando 12 muertos y varios heridos en el proceso. La frase “Je suis Charlie”, solidarizándose con la víctimas de este ataque y defendiendo la libertad de expresión, se propagó velozmente por el mundo entero.
El día del atentado, la portada de Charlie Hebdo mostraba una caricatura de Michel Houellebecq, un reconocido escritor francés que aquel día estrenaba Sumisión, una polémica novela con un argumento que, irónicamente, se ajustaba a lo ocurrido aquel día: narraba la historia, en un futuro hipotético en 2022, de un profesor francés de literatura que debía enfrentarse a la llegada de un presidente musulmán al Palacio del Elíseo, convirtiendo a toda Francia hacia el Islamismo en el proceso.
En una entrevista con The Paris Review, Houellebecq reconoce que, si bien la novela era exagerada por la cronología acelerada de los eventos que podrían llevar a Francia a convertirse en un república islámica, la idea central del libro era, en su opinión, realista. La temática controvertida, potenciada por la atención provocada por el atentado contra Charle Hebdo, llevó a que Sumisión se convirtiera en un best-seller en Francia y, posteriormente, en todo el mundo.
Yo fui uno de los cientos de lectores que compró la novela de Houellebecq. Aunque había escuchado sobre la obra del escritor francés, mentiría al no aceptar que fue la polémica alrededor de la trama de la novela la que en realidad me motivó a comprar este libro, el primero que leía de él. Tras una buena lectura, había sembrado en mí una visión muy cruda de lo que podría significar para Francia en un futuro la cultura musulmana.
Luego, en noviembre de mismo año, se llevaron a cabo los atentados terroristas en París por parte del Estado Islámico, culminando un 2015 lleno de ataques de esta índole con uno de los más duros golpes posibles: más de 130 muertos en un ataque dirigido a civiles en un concierto y un importante partido de fútbol. Sentado en mi casa frente al televisor, viendo por enésima vez en CNN los mismos videos aficionados del atentado esperando a que se revelara más información pertinente sobre el trágico evento, no tuve forma de evitar que las imágenes de la profecía de Houellebecq se cruzaran por mi mente. En medio de la sensación general de pánico que ocasiona el cubrimiento mediático de este tipo de eventos, no era sencillo convencerse del todo de que los eventos narrados por Houellebecq eran una fantasía sin la más remota chance de materializarse.
La siguiente vez que tuve la chance de aproximarme a la obra de Houellebecq – leyendo Extensión del campo de batalla, novela con la que debutó el autor – me encontraba en una situación muy distinta: vivía en Niza, disfrutando de la oportunidad de tener un intercambio académico en la costa francesa.
Después de unos meses viviendo en Francia había podido descartar completamente la posibilidad de que lo planteado en Sumisión tuviera chance de cumplirse en un futuro cercano. Si algo me había enseñado estar inmiscuido en aquella cultura era la exageración y pesimismo con la que Houellebecq representaba ciertas características de la sociedad en la que creció.
Lo que sí era ineludible sentir estando en Niza era los efectos que habían dejado los atentados perpetrados en París el año anterior y los que estaba teniendo la crisis migrante por la guerra civil en Siria alrededor de toda Europa. La calles del barrio en que vivía, que tenía partes altamente turísticas, eran patrullados por militares fuertemente armados, parte de una estrategia de prevención que se llevaba a cabo en varios sitios de la ciudad.
Muchos de los locales con los que tenía confianza, en un tema de conversación lamentablemente muy frecuente debido a la notoriedad que estaba teniendo ISIS y la crisis migratoria, se mostraban preocupados por los efectos que estaba teniendo una creciente población musulmana cada vez más asentada en su ciudad, manteniendo una serie de costumbres que chocaban con sus estilos de vida occidentales.
A estas personas solo les doy en parte la razón. Es cierto, la población musulmana tenía una fuerte presencia en Niza: ver mujeres con burka era algo cotidiano, en muchos barrios de la ciudad la presencia árabe era dominante y la comida que más consumía, no solo en Niza sino en casi todas las ciudades europeas que conocí, era el Kebab, que se sirve en lo que a veces parece ser cada esquina de la ciudad.
No obstante, por fuera de unas pocas historias de conocidos o alguna noticia ocasional en el periódico, no alcancé a sentir peligro o grandes inconveniente por el choque cultural con la cultura árabe. Mucho menos percibí alguna posibilidad de dominio de esta cultura sobre la forma de vivir francesa, que seguía siendo, a excepción de unos pocos barrios, la cultura imperante.
Por esto, cuando estuve de regreso a Colombia en los primeras días de julio de 2016, no pude evitar sentir un poco de remordimiento por haber caído en un error en el que suelen caer los que poco saben de nosotros: creer en estereotipos fáciles inducidos por el sensacionalismo.
No en vano en la Université Sophia Antipolis, donde seguí un curso de idiomas durante mi estadía en Niza, era conocido como “David Escobar”, una simplificación de mi nombre que guardaba una relación más directa con la fama colombiana del narcotráfico.
En la dirección opuesta, Houellebecq había logrado inducirme en 2015 al mismo pecado respecto a la población musulmana en Francia.
Y en este contexto, el 14 de julio de 2016, menos de una semana luego de haber vuelto a mi casa en Medellín, un camión de carga invadió a toda velocidad la Promenade des Anglais, la calle peatonal más frecuentada en Niza, durante la celebración del Día Nacional de Francia, dejando más de 80 muertos en el proceso. Al día siguiente pude ver una foto de cadáveres recostados entre las sillas azules y bancas blancas que adornan la Promenade, donde, con vista al color único del mar de la Costa Azul, en alguna ocasión me senté a leer un libro de Houellebecq.
En su tercera edición de febrero, The Economist dedica un especial a hablar sobre la secularización y desradicalización del Islam en Europa, que con una población migrante ya en su tercera generación parece estar integrándose y coexistiendo de manera armoniosa con la cultura occidental.
Sin embargo, el temor que inducen atentados como los de París o el de Niza son capaces de opacar este tipo de noticias, provocando que haya noruegos que se sientan más seguros en Medellín que en Oslo.
Los estereotipos, como hemos aprendido claramente en Colombia, son muy difíciles de borrar o evadir. Nos gusten o no, por algo existen.