Las ciudades colombianas aún tienen mucho camino que desandar para propiciar espacios que fomenten relaciones humanas de calidad, que prioricen la supervivencia, la cultura y el conocimiento.
Los espacios que habitamos, de manera temporal o permanente, que frecuentamos y que disfrutamos en nuestro encuentro con los otros, son también importantes para elegir de manera consciente cómo queremos vivir.
Será en ellos donde la dimensión humana tendrá relevancia, y nuestra relación con ese entorno es clave para ejercer nuestro rol como ciudadanos con derechos y deberes.
En este juego es clave el papel que ejercen los arquitectos para diseñar esos espacios que nos acogerán en nuestra cotidianidad.
El director de Proyectos de la firma Opus, el arquitecto Carlos Betancur, plantea que el ser humano, además de preocuparse por su salud física y por comer sano, debe replantearse cuál es su relación con el espacio, con la ciudad que habita, y que las poblaciones colombianas deben trabajar en esas transformaciones culturales que se requieren para forjar respeto por lo público y propiciar lugares que fomenten las relaciones humanas de calidad.
“Cómo lograr que, por ejemplo, en un edificio trascienda la idea de que la persona entra al parqueadero, se monta al ascensor y sube a su apartamento. Se debe pensar, en cambio, cómo diseñar escaleras en las que la gente se conozca con sus vecinos y con quienes trabajan en la copropiedad, que se establezcan nuevas relaciones y se forme ciudadanía”.
Y añade que como ciudadanos deberíamos ser más exigentes, y preocuparnos por conocer más del lugar que usamos, para vivir, para trabajar o para disfrutar.
“Si va a comprar un apartamento, pregunte antes qué tan sostenibles son los materiales usados (si son reciclados), si hay eficiencia de recursos más allá de lo económico, si hay posibilidades de utilizar energías alternativas o si se propicia la ventilación natural para bajar el consumo energético”. Esto, dice Betancur, hará que se transforme el mercado y el sector constructor sea más consciente de los espacios que diseña y entrega.
La responsabilidad también recae en la administración pública, que tendría que ver cómo desde sus obras físicas establece relaciones con la naturaleza. Que, en caso de diseñar un puente sobre una quebrada, ofrezca oportunidades para cruzar, pero además para contemplar el entorno.
Una reflexión desde la academia
Diana Catalina Álvarez, docente de la Facultad de Arquitectura de la UPB y coordinadora de la Maestría en Urbanismo de la misma institución, afirma que “la arquitectura como oficio y arte de diseñar (y construir) espacios habitables, es por definición pensada por el ser humano para el ser humano”.
En su concepto, el arquitecto con su talento se ha encargado de llevar “a su expresión más sublime” la capacidad que tiene el ser humano de pensar en un mundo que aún no existe, pero que podría llegar a ser mejor que el que está antes de su creación.
“Estos ‘nuevos’ espacios ‘habitables’ proyectados por el arquitecto, deben permitir y sustentar la supervivencia humana, el crecimiento de la cultura (y del conocimiento) y la preservación de la vida en todas sus formas. Para vivir conscientes, las obras arquitectónicas deben ser concebidas a partir de un reconocimiento muy exhaustivo del contexto tanto material como espiritual de la existencia humana”.
Se refiere Álvarez a que se debe reducir el uso de recursos energéticos y materiales dada la crisis mundial de sostenibilidad; incrementar la flexibilidad y el uso de sus diseños; reconocer al ser humano y su nicho ecológico, la ciudad, “como agentes transformadores de su entorno, un entorno con el que deben interactuar de manera recíproca y justa”.
Y cierra con esta frase: “es necesaria la introducción del ambiente, indefectiblemente, en las reflexiones sobre la arquitectura”.