Catalina Cock emprendedora social y tejedora global. La exposición pública y las presiones por no fallarle a nadie hicieron que su cuerpo hablara.
Así cambió sus hábitos de vida.
Por: Sebastián Aguirre Eastman / [email protected]
Sacaba adelante todo aquello que la apasionaba y la motivaba, sin cansancio ni intereses. Una labor en la minería responsable y su acompañamiento a comunidades del Chocó en desarrollo sostenible, emprendimiento e innovación social, que le merecía el reconocimiento público internacional como tejedora de iniciativas que transformaban comunidades y entornos.
Su exposición mediática era constante y sentía que no le podía fallar a nadie: a las comunidades, a los clientes internacionales, a los donantes, a todos con quienes “tejía sueños, pasiones”. Pero se estaba fallando a sí misma. Y el cuerpo le habló.
Se agotó. Tenía 30 años y desde los 19 estaba en el mismo agite. Coincidió con el nacimiento de su hijo, Tommaso, y decidió desprenderse de responsabilidades y tomarse un tiempo para reflexionar. “¿Qué quiero hacer? ¿Para qué soy buena?”, fueron algunas de las preguntas que se hizo.
Fue elegida luego como la directora de la Fundación Mi Sangre, y el trabajo con las víctimas de minas antipersona y jóvenes en alto riesgo sumó para que quisiera una transformación profunda de su interior.
La meditación, los espacios de reflexión profunda para conocerse y entenderse más, la escritura sobre sí misma y su pasado, presente y futuro pasan a hacer parte de su vida cotidiana. Empezó a tener más contacto con la naturaleza -que hoy conserva, como mínimo, una vez por semana- para conectarse con el universo y “la sabiduría que hay en él”.
La muerte de su primo Alejandro Cock, en 2015, sumó como punto de inflexión. Era su mejor amigo, fue una experiencia dolorosa que la marcó para siempre.
Tiempo después de ese hecho doloroso, Catalina decidió hacer un retiro en México. Durante 24 horas estuvo sola, en su propio espacio, en medio de la naturaleza. El guía que la acompañó le sugirió hacer un ritual para soltar a Alejandro. Cavó un hueco en la tierra, puso la cara en él y en su descanso allí lloró por primera vez tras el fallecimiento. “Sentía que la tierra me abrazaba”.
Eso ratificó su profunda conexión con la naturaleza, que la lleva hoy a decir que ese día se percató de que “todo lo del universo es indivisible y esa conciencia de unidad de la relación de uno con el todo” le marcó la forma en que desarrolla sus actividades en la actualidad.