¿Cuántos sectores de la vida nacional dependen del cumplimiento estricto y sin falta de su labor? Aparte del problema económico, la credibilidad de muchos de los valores con los que hemos vivido se vendría a pique. Saramago escribe en su novela que desde las funerarias hasta las grandes aseguradoras tuvieron problemas con sus respectivas clientelas y anuncia que uno de los misterios fundamentales de la religión, la resurrección, pierde piso; sin contar con que el valor agregado de la práctica religiosa, la vida eterna, vería desaparecer su atractivo pues quedaría al alcance de todos sin distingo, practicantes o no. Es posible, entonces, creer que si muere la muerte sucedería lo mismo que en Estados Unidos al término de la “ley seca”, la legalidad acaba con el negocio de los destiladores y distribuidores de alcohol de contrabando y tuvieron que ingeniárselas para encontrar otro producto tan atractivo e ilícito que tomara el lugar del anterior.
¿En nuestro caso preciso, qué tendríamos que inventar? Seguro otra escala de valores que reemplace los que tienen que ver con el temor de morir y establecer unos nuevos que tendrían como objetivo crear un miedo nuevo que no tenga nada que ver con lo desconocido que es lo que nos preocupa de la muerte conocida. Pero, si de algo debemos estar seguros, es de que la vida perdería interés si la supiéramos eterna, incluso el lenguaje debería actualizar expresiones sin sentido como la frase “por toda una vida” y ni hablar del “amor eterno”.
Como no hay muertes, el sentido de las guerras debe cambiar pues lo que cuenta en ellas es la aniquilación del contrario, pero con seguridad encontraremos otra forma de dominio sin duda igual de cruel pues los perdedores no encontrarán en la muerte el descanso a su derrota, sino que tendrán que soportarla por siempre. Y los mismos políticos dirán los mismos discursos, como si fuera el primer día, la memoria se convertirá en una repetición y seguramente la realidad real será como un eco interminable. En definitiva, en lugar de ganarle a la muerte, es posible pensar que le perderemos a la vida.
Saramago y Carrasquilla le pensaron al tema. Me parece que don Tomás En la diestra de Dios Padre con humor y picardía lo convirtió en un juego lejano de los temores que nos achacan. En Las intermitencias de la muerte, don José, en cambio, no pudo quitarse de encima el problema de ser un viviente del siglo XXI. Es como si hubiera olvidado que lo inevitable no se puede tomar en serio.
Saúl Alvarez Lara. Enero de 2006 / [email protected]