Hidroituango les enseñó a los colombianos que las hidroeléctricas pueden fallar. Nadie puede afirmar con certeza que los pueblos ubicados río abajo podrán dormir del todo tranquilos.
Colombia necesita energía eléctrica, sin duda. “Energía asequible y limpia” es precisamente uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU. En el campo, la electricidad tiene un impacto significativo en la vida de las personas: reemplaza fuentes de energía contaminantes o costosas como las baterías, la gasolina y sus derivados, y la leña. Ni hablar de los beneficios para las ciudades.
Lo que pasó en Hidroituango es, por supuesto, una tragedia. Ya sea por malas decisiones administrativas, por la ingeniería, o por mala suerte, es claro que se ha perdido dinero, se han causado incomodidades a cientos de personas, se ha alimentado la polarización y se ha afectado la imagen de las empresas involucradas. Hidroituango les enseñó a los colombianos que las hidroeléctricas pueden fallar. Nadie puede afirmar con certeza que los pueblos ubicados río abajo podrán dormir del todo tranquilos.
Se ha causado un daño ambiental mayor del esperado (y común para todas las grandes hidroeléctricas). Lo que ocurrió la semana pasada tiene indudablemente consecuencias. No se conocerá el verdadero impacto sobre el río y lo conectado a él hasta que todo vuelva a la normalidad. Esto es un evento sin precedentes, por lo que no se puede saber cuáles serán los efectos a mediano y largo plazo.
Nadie en control de su mente quiere que este proyecto falle. Tampoco se pueden ignorar las preocupaciones acerca del impacto en las vidas de tantos y en la capacidad de los sistemas naturales afectados de soportarlas. Esperemos que todo alcance un nuevo equilibrio beneficioso, especialmente para los más afectados.
Que esta experiencia abra puertas para un cambio en el sector eléctrico; que pueda confiar en otras renovables y aprovechar el potencial hídrico de una manera menos riesgosa y perturbadora de los ciclos naturales del agua.